La aldea Loma Gérica, un rincón de fantasía

Se trata de uno de los territorios existentes en la zona de la Sierra de Segura, ya desaparecido, en la que actualmente solo hay un puñado de casas en ruinas de las que quedan solo algunos muros derruidos

24 nov 2019 / 12:26 H.

Transitamos por la carretera de va desde Santiago de la Espada a Don Domingo, patria chica del Pino Galapán, santo y seña de esta Sierra de Segura, tan diversa como inmensa. Una copiosa nevada ha cubierto el paisaje de un blanco que exhala belleza y tranquilidad. Tras dejar atrás La Matea, una señal nos indica que apenas 500 metros más arriba se encuentra la aldea de El Cerezo. Continuamos por la serpenteante carretera. Antes de cruzar el estrecho puente que salva el Arroyo Venancia, desvío por un carril que sale hacia la derecha; toca dejar la ruta “principal” y dejar el coche. Si desde la ventanilla de un vehículo todo parece grandioso, apearse y gastar suela del zapato nos permite acercarnos a lugares maravillosos, rutas a pie que resultan imprescindibles para llegar al verdadero corazón del terruño. Un estrecho cañón horadado en la roca, quizá miles de años de erosión se están mostrando ante mis ojos, se ofrece imponente, cual guerrero vigía de un castillo imaginario. En la base de unos riscos imponentes se alinean un grupo de falsas cuevas, ayer y hoy perfecto refugio para el ganado ovino cuando la meteorología se hace adversa. Dirijo mis pasos garganta abajo. A mi izquierda se atisba lo que un día, no excesivamente lejano en el calendario, fue una aldea más de las muchas que salpicaban este espacio geográfico, Loma Gérica. Hoy solo es un puñado de casas en ruinas de las que quedan unos muros derruidos con puertas desvencijadas, testigos mudos del discurrir del tiempo, y una fuente a la que el paso de los años y su abandono le han dado el aspecto de pequeño manantial. Paco, ese visionario de La Matea que un día se aventuró a tapizar de nogueras los Campos de Hernán Pelea, recuerda cuando aún había quien habitaba estas viviendas.

Mirando a mi alrededor, entre estos muros aún en pie y tejados caídos, intento imaginar lo que tuvo que ser vivir allí. Sin duda, su puñado de habitantes no lo tuvo fácil. Las condiciones meteorológicas, con unos inviernos extremos en los que un viento helado que sopla proveniente de los Campos de Hernán Pelea y las copiosas nevadas, debieron forjar jornadas ciertamente duras.

Si se observa con detenimiento se llega a la conclusión que aquellos aldeanos convivían con sus animales en perfecta armonía, junto al apenas puñado, una decena escasa de casas, hay otros tantos refugios para el ganado. Aquí las ovejas y las cabras tenían el mismo protagonismo que el ser humano, de su cuidado dependía la mayor parte del sustento. A media ladera, antes de llegar al curso del arroyo por el angosto cañón, aún quedan vestigios de lo que fueron pequeños huertos, da idea de cómo aquellas gentes mantenían una perfecta comunión con el medio para conseguir productos que les permitieran variar y complementar una dieta rica en carne, leche y queso, con frutas y hortalizas. Se notan aún esas distribuciones en pequeñas terrazas en las que hoy, se yerguen majestuosas unas enormes nogueras.

Intento imaginar la de historias, aún no escritas, que esa modesta calle empinada, superviviente muda de aquel ayer, cuyo piso es un precioso empedrado, pudieron producirse. Seguro que aquí hubo alegrías festivas, noviazgos, enamoramientos y alguna que otra desdicha. Cierro los ojos para ver, cuantas cosas se pueden ver con los ojos cerrados, como en la casa de mi derecha hay un trasiego de gente ultimando la matanza, unos chiquillos corren tras la vejiga inflada del cerdo que les hace de balón; una señora ataviada con un humilde delantal sobre sus ropas lleva un lebrillo lleno de manteca, dos hombres fuman un pitillo sin filtro tras haber abierto en canal esos dos cerdos colgados en sus camales de una rama de la noguera. Cuando vuelvo a abrir los ojos soy consciente que son postales como estas las que aquí debieron marcar días de noviembre como el de hoy...

Me encuentro en un lugar que me traslada, casi sin quererlo, al Cortijo del Fraile, en los Campos de Níjar, también abandonado hoy, donde discurrieron los hechos tan magistralmente narrados por García Lorca en sus “Bodas de Sangre”. Lástima que el poeta no conociese esta zona, seguro que de sus manos hubiese brotado pura poesía.

Camino de Hernán Pelea,

al abrigo de riscos milenarios,

suena el murmullo del arroyo.

Aguas cristalinas, vida, alegría

de un lugar recóndito, encontrado

un día de otoño. Ruinas

pintadas de nieve; nieve

que realza las ruinas.

Loma Gérica, Sierra de Segura.

un enclave espectacular

La antigua aldea de “Loma Gérica”, ya despoblada, es otro enclave único del municipio de Santiago-Pontones. Las aldeas más próximas son Arroyo Venancia y El Cerezo. El entorno preserva el bosque original serrano y las intensas lluvias y nieve caída durante el invierno provocan que brille con una luz espectacular cuando el sol se decide a salir en los meses primaverales. Una zona que merece la pena visitar, pues rezuma historia, vivencias, belleza, además de estar en uno de los enclaves más ricos y característicos de toda la provincia de Jaén, la Sierra de Segura.