El ánima de Corbull.
Cuentos del lagarto

Palacio de los Condes de Corbull se ve el fantasma de una mujer con un pelo que toma forma de serpiente

15 dic 2019 / 11:45 H.

Existe en la ciudad de luz del Santo Rostro un antiguo y hermoso palacio: de los condes de Corbull lo llamaban y aún, se conoce, creo, por ese noble apellido: blasón eterno de un Jaén adelantado nacido al pie del vetusto monte de Santa Catalina. Tiene un patio porticado que hace las delicias del poeta y del pintor. Los lienzos más sobrenaturales y las rapsodia más hermosas han sido hechas en su dócil quietud, al amparo de una fuente de agua cristalina y pura. Llevaba mucho tiempo la casona en ruinas, hasta que gracias a la escuadra mágica de un insigne arquitecto volvió a recuperar su vida y su antigua belleza de rosa amanecida. Pero como todos los inmuebles del viejo Jaén, el noble pedrusco, nuestro palacio, también tiene su leyenda: quizá un poco tétrica, o más bien, podíamos calificarla como gótica; y siempre romántica como las leyendas bequerianas.

Cuentan las viejas del lugar, a la vez que oran desde su cancela, mirando al convento de los Carmelitas Descalzos —amando a Jesús— que cuando la noche llega y la bruma del húmedo arroyo de los Escuderos aparece, ven salir del mágico palacio —hoy convertido en una residencia de ancianos— el fantasma o el ánima de una mujer de mediana edad: su cara pálida, arrugas en las manos, y su pelo negro, el cual adopta la forma de una venenosa serpiente. El secreto debía ser descubierto: era pues necesario convocar a mi amigo el lagarto: cuya morada esta vez, iba a estar en un lugar distinto.

En la opacidad mágica de la noche, al tiempo que la luna llena rompía el corazón de las tinieblas, anduve ligero hacía el arrabal de San Miguel: la iglesia se presentó en su real y armónica forma por un tiempo su estado ruinoso desapareció. La niebla alargando la solemnidad de sus brazos arropó todo el viejo arrabal. Y de nuevo el jurásico animal —transformado en el famoso sacristán de San Miguel— asomó por el umbral de la pétrea iglesia. A pesar de estar acostumbrado a los trucos de mi verde amigo, siempre consigue asombrarme con sus sorpresas antologicas. Esta enésima aparición vino acompañada de un melodioso canto gregoriano que se desplazaba armónicamente entre las laberínticas y estrechas calles del arrabal. Atravesamos pues, los dos, con una mágica celeridad el viejo Jaén: la plaza del pato, la calle del Doctor Martínez Molina, y la plaza sin Audiencia, conservaban en este hermoso sueño sus bellas edificaciones y sus adorados adoquines. Nuestro destino: la casona de los Corbull. Mi lagartiano amigo, me iba a desvelar el antiguo secreto. Me iba a explicar el porqué de este extraño y fantasmal suceso. Y porque no está recogido en las brillantes crónicas jaencianas. La Catedral inmóvil en su belleza de lienzo antiguo nos detuvo durante un instante: era necesario recobrar la paz dormida y olvidada. El palacio nos esperaba con ansiada calma: atravesamos su noble puerta y claudicanos ante la hermosura se su patio. El sacristán y yo, sentados en un banco esperamos en la quietud mágica de la noche. Y apareció mi fantasma: arrastrando una pesada Cruz, y sus tobillos reos de unas inmensas cadenas. Su voz apagada, recitaba una antigua oración para así expiar todas sus culpas.

Desde esa noche cuentan, ahora sí, las crónicas de mi querido Jaén, que en el antiguo palacio de los condes, antes de ser noble casa, una mujer casi joven, muy atrevida y bastante malvada, regentaba un asilo de ancianos: sus obras poco piadosas y abominables a los ojos de Dios, la condenaron a vagar eternamente con una Cruz a cuestas y encadenados sus pies, para redimir sus culpas. Y, es en las noches de luna llena, cuando este inquieto espíritu, procesiona desde el palacio hasta el convento de los Carmelitas Descalzos, para postrarse a los pies de Jesús el Nazareno. Y pedir perdón por sus pecados. Amanecía, otra noche más de insomnio, el día de todos los Santos había llegado. Ciertamente mi amigo nunca dejaba de sorprenderme. Esperemos que la historia no se repita nunca más. Actualmente el palacio de los condes de Corbull es una casa de venerables ancianos.