Al Abuelo le pido que se vaya la pandemia

29 mar 2020 / 13:10 H.

Como si de una novela de ciencia ficción se tratara, desde que saltaron a los medios de comunicación y a las redes sociales las alarmas sobre el covid-19, la humanidad no descansa. Me recuerda el guion de una de tantas películas y novelas fantásticas en las que la población mundial se siente amenazada por una extraña criatura que viene de un lejano planeta para acabar con todos. No, tal vez no sea así, quizá el argumento pudiera parecer más el de una película de James Bond, en la que un ambicioso científico ha creado un arma letal con la que pretende extorsionar al planeta para apoderarse de él. Pues sí, estamos rodando un largometraje en el que los protagonistas somos todos nosotros y nos ha pillado sin tener el libreto aprendido, sin el vestuario y teniendo que improvisar a golpe de claqueta.

Desde el pasado viernes, 13 de marzo, en el que se anunciaba el estado de alarma por el Gobierno, vivimos confinados en nuestras casas, con nuestros familiares más próximos y con las neveras repletas, por si acaso. Sin embargo, no todos han tenido esa suerte, para muchos esta situación de confinamiento supone estar totalmente aislado en su domicilio, sin nadie más a quien abrazar, tocar o besar, y ya son quince los días de reclusión. Como decía Aronson «el hombre es un animal social» y al igual que las abejas o las hormigas necesitamos vivir en grupos y sociedades porque si no es así nos debilitamos como seres humanos. Las personas requerimos del calor de los que nos rodean y no siempre las palabras suplen a una caricia o a un apretón de manos. Sin embargo, cuán perversa es la situación que nos acontece, en la que cuando salimos a la compra, cuando vamos a trabajar o cuando vamos al médico, tenemos que hacerlo en la más absoluta soledad y si alguien se nos cruza mejor cambiamos de acera o, sin ni siquiera mirarle, volvemos la cara no vaya a darle por toser o estornudar.

Ya son dos semanas de teletrabajo, dos largas semanas de paseos de pasillo y de mirar al cielo desde el alféizar de la ventana. Dos semanas intentando comprender la naturaleza de la situación, viendo como varían las cifras sobre contagios, hospitalizaciones, muertes y recuperaciones, quince días deseando que salte en el móvil la gran noticia, por fin una vacuna que nos salve y nos devuelva la normalidad, el orden y la rutina. No obstante, hay que ser optimista, porque cada día que pasa estamos más cerca de que todo esto termine y volvamos a estar en las calles de la ciudad de Jaén, en sus terrazas, con nuestros seres queridos, riendo y felices de poder contarlo.

Recordemos que nuestra fuerza reside en nuestro poder de adaptación a una situación adversa y perturbadora, eso que se conoce como resiliencia, porque si hemos aprendido a soportar un estilo de vida similar al que se puede llevar en una orden de clausura, podremos ser capaces de cualquier cosa. Ya lo estamos haciendo, aunque más que rezar, salimos religiosamente a nuestros balcones y terrazas, un día sí y otro también, a las ocho de la tarde a agradecer con un largo y vitoreado aplauso a quienes se juegan la vida por salvar la nuestra.

Ellos son los buenos de la película que, con sus uniformes de médicos, enfermeras, cajeras de supermercado, policías y otros tantos, son nuestros nuevos héroes pues plantan cara en primera línea de fuego al virus para protegernos.

La conciencia colectiva que hoy nos une, nos dotará de nuevos valores. Mañana habrá pasado un día más de resistencia y de lucha, pero un día menos para que volvamos a abrazarnos. Esperemos que llegue pronto.

Nos creemos importantes

y somos poquita cosa

ante el poder de los virus

que a la muerte nos aboca

*

¿Los males que padecemos

son un castigo de Dios?,

es una pregunta que me hago

que me atormenta el corazón.

*

Vete a donde no te vea

coronavirus maldito

que no es grata tu presencia

y no quiero ser tu amigo.

*

Así reventaras ya

como el lagarto de Jaén

esta pandemia canalla

tan mala como Lucifer.

*

Dios nos libre de este mal

tan cruel y despiadado

y que nos coja confesados

de los inicuos pecados.

*

El Himno de la Alegría,

todos vamos a cantar,

así se irá el corona-

virus, diablo de la maldad.

*

Nunca nos vencerá

por mucho que se empeñe

el maldito coronavirus

si sabemos hacerle frente.

*

Hincado de hinojos

a mi Abuelo yo le pido

que se vaya la pandemia,

nuestro peor enemigo.

*

Son las ocho de la tarde

y hemos salido al balcón

a demostrar el cariño

con lágrimas de emoción.