De Puente de la Sierra a Ibiza

El Restaurante el Portazgo celebró su tradicional encuentro en el barrio residencial, en el que este año han participado 142 niños junto a sus familias, monitores y la organizadora, Antonia Mudarra

01 sep 2019 / 13:33 H.

Ya lo decía la canción, aunque suene a tópico; “El final del verano llegó y tú partirás...”. Sin embargo, las despedidas saben menos amargas cuando se trata de Puente de la Sierra. En esta zona residencial de Jaén, los pequeños terminan las vacaciones a lo grande gracias a la fiesta ibicenca que se organiza en el restaurante Portazgo y que surgió hace ya casi una década.

Con Antonia Mudarra a los mandos y un despliegue de voluntarios y colaboradores que aportan su granito de arena, la entrada de Puente de la Sierra se convierte en todo un espectáculo cada final de agosto. “Esta edición han participado 142 niños junto a sus familias”, comenta Toni Mudarra, con el rostro que emana felicidad por el apoyo cosechado y por las sonrisas de los pequeños que corretean de un lugar a otro. El origen que motivó la celebración de esta fiesta la relaciona con “las máquinas”. “Empezamos a notar que los menores venían al campo en verano, pero apenas se veían bicicletas y pandillas como antaño, así que decidimos que había que motivar e incentivar a los menores para que desarrollaran lazos entre ellos”, manifiesta, a lo que añade: “Nuestros jóvenes necesitan actividad, las máquinas son muy sencillas, lo complicado está en aplicar la imaginación y dejarla volar”. Pero, ojo, que no solo es cuestión de un día. Durante los meses estivales quedan cada martes para montar los preparativos con los que se decorará el Portazgo el gran día. Compartir unas horas con aquellos que dan vida y alegría al puente supone una auténtica aventura. Cuando llegan las seis y media de la tarde acuden puntuales a la cita, no sin antes pasar por el photocall de la entrada, este año con forma de barco pirata. Con todo preparado y cuidando hasta el más mínimo detalle, comienzan las primeras actividades. Los monitores toman el control y arrancan los talleres de sales, el más tradicional, y se unen a los más novedosos, este año sobre pintura con cerámica, por lo que todos consiguieron crearse un collar o una pulsera de recuerdo mientras meriendan y reciben la correspondiente y ya tradicional bolsa de regalo.

Las pruebas acerca de la creatividad de los menores se combinan con sus dotes de baile, a base de coreografías que dejan claro el talento que emana del Santo Reino. Todos juntos crean una estampa de esas que recuerdan a otras épocas cuando pequeños y mayores compartían las largas tardes de verano, décadas atrás. “Este año es especial, algunos de los niños que comenzaron a participar en la fiesta ibicenca lo hacen por primera vez como monitores”, relata muy emocionada la organizadora, mientras asegura que sería imposible que la fiesta se desarrollara sin la labor que realizan todos los instructores, muchos de ellos madres y padres. Cuando el crepúsculo comienza a apoderarse del cielo de la capital llega el momento de recoger las mesas de los talleres, limpiar un poco y ponerse de nuevo “manos a la obra”. Las mesas vuelven a llenarse de refrescos, aperitivos y los pequeños se organizan por edades, es el momento de la cena. Cuando todos están sentados, los monitores comienzan a desfilar con los platos de nuggets de pollo y patatas fritas, mientras la música no deja de sonar y las familias esperan tomando algo en otro porche del Portazgo.

La fiesta termina con un mojito, opcional, para los que tienen más aguante. Cuando todos regresan a casa, los organizadores se sientan alrededor de las mesas, se miran agotados y las sonrisas provocan que no se necesiten palabras, han cumplido un año más, la fiesta ibicenca ha sido un gran éxito, pero hay más. El verdadero trasfondo, ese que cala en los pequeños, se ha vuelto a sembrar, las nuevas generaciones han comprobado como se criaron aquellos que les precedieron, han compartido; se han divertido; han experimentado eso tan bonito que se llama infancia y que va mucho más allá de la pantalla, está en el día a día, en los románticos veranos, en cada juego, en cada sonrisa. A cambio, les hacen un regalo a sus familias, los devuelven a su más tierna infancia, les recuerdan lo más bonito de la vida que no es otra cosa que compartirla con los cercanos y sumar momentos de esos que se convierten en historias que ya nunca se olvidaran, en este caso gracias a Antonia Mudarra y a su equipo.