Cooperativismo agrario y rural

03 nov 2019 / 16:45 H.

Bajo este título se están celebrando, durante este otoño-invierno de 2019 en la sede de Arume, en Puente de Génave, unos encuentros o foros de debate, donde se analiza en profundidad al cooperativismo, en general, como modelo de empresa, y al cooperativismo agrario y agroalimentario, en particular, por ser este el que mayor presencia e importancia tiene en el Mundo Rural. Durante este tiempo, están desfilando por aquí cualificados representantes de la universidad, la administración, las empresas cooperativas y los agricultores. El objetivo es desarrollar un estudio a fondo del sector y elaborar unas conclusiones de las que se dará traslado a administraciones públicas, partidos políticos, organizaciones agrarias y sindicales y medios de comunicación, además, claro está, de las propias cooperativas. Tendremos también la osadía de proponer una serie de reformas y su implantación como experiencia piloto en alguna cooperativa olivarera de Jaén.

Tengo que decir que, en mi opinión, las medidas para acabar con el despoblamiento del mundo rural las tenemos que implementar nosotros, quienes vivimos en él. Ya sé que esto que digo no suena bien y que el lenguaje reivindicativo y el lastimero quedan mejor. Pero es lo que creo. En primer lugar, porque estoy convencido de que si no lo hacemos nosotros, nadie lo va a hacer. Somos pocos y dispersos y los datos nos dejan en mal lugar. Así que, desengañémonos, no le demos más vueltas: no pintamos nada. El cooperativismo tiene un peso muy significativo en el conjunto de la economía mundial. También en nuestro país y mundo rural, pero muy lejos de la implantación que ostenta en Dinamarca y el centro y norte de Europa. Tres de las veinte cooperativas más grandes del mundo son danesas. La mayor española en volumen de ventas factura alrededor de mil millones de euros anuales, cuarenta veces menos que la que lidera el ranking. Es la cara amable de la empresa capitalista. Algunos economistas como el Nobel Tomas Schelling, consideran que es su única forma de subsistencia.

En esta sección continuaremos escribiendo sobre este asunto, descendiendo a la casuística concreta de las cooperativas olivareras. Porque creemos y enlazo así con lo que decía al principio, que el desarrollo de las zonas rurales nos compete básicamente a nosotros y contamos para ello con un instrumento de enorme potencial: la Cooperativa. Pocas veces valorada y casi siempre vilipendiada, pero ahí está. ¿Qué sería de Jaén, de sus pueblos, sin ella? Ni siquiera lo podemos imaginar. No obstante creemos, y esa es la razón de estos encuentros, que su papel dinamizador de la economía local, sobre todo en los pueblos pequeños, debe ser mucho mayor. Para empezar, diversificando su actividad convirtiéndose en cooperativa agroalimentaria que transforme y comercialice otros productos agroganaderos de sus socios, convirtiéndose así en un centro permanente de actividad y empleo.