El latonero, antiguo oficio

Hubo una época en la que esta figura era popular y, además de trabajar el latón no era extraño que usara otros materiales como cobre y bronce. Además se les atribuye objetos como los candiles

08 dic 2019 / 11:43 H.

En el libro de Alcalá la Real. Cancionero, relatos y leyendas, se escribía sobre los lañadores que acudían a la Ciudad de la Mota a principio del siglo XX, ambulando por la calle mientras pregonaban, mediante el lañado, el arreglo de lebrillos, cántaros, fuentes, platos y todo tipo de cerámica, y los asociamos con los que arreglaban sombrillas y cántaros y ánforas metálicas. Como era un oficio que escaseaba en la ciudad, hasta que se establecieron unos latoneros de origen italiano, un siglo anterior, se comentaban que eran escasos en los establecimientos de tiendas, a pesar de que latoneros, también los hubo y se pagaron sus gastos en la edificación del ayuntamiento alcalaíno allá por el cuarto decenio del siglo XVIII. Pero ha caído en nuestra manos un documento que versa sobre el testamento de Alonso González, vecino de Priego, que rendía sus últimas mandas en Alcalá la Real ante el escribano Francisco Ordóñez, el 19 de julio d 1537, recién estrenado el uso del latón sustituyendo al cobre y bronce en los utensilios de la cocina y de otros menesteres como el arte, que ejercían sobre todo los caldereros, dando lugar a gremios y nombres de calles en las grandes urbes como la de Los Caldereros o la Calderería de muchas ciudades.

Se beneficiaban de la maleabilidad del latón, esa aleación de cobre y zinc, que les permitía superar y multiplicar las formas artesanales y artísticas anteriores. Además, no era extraño que este latonero también trabajara el estaño, plomo, cobre y bronce, sin tocar oro, plata, acero o hierro. Tampoco nos extraña que fueran los precursores de fabricación de otros productos que conocemos como los cubos de pozos, candiles, embudos, las formas para dulces, bandejas, calderas..., hasta que se montaron tiendas de latón, solían acudir latoneros de otros lugares en las plazas públicas de la Mota, o del ayuntamiento posteriormente; y, en la feria de Alcalá, donde vendían sus productos.

Los latoneros también, como hemos comentado lañaban y sellaban las tinajas y botijos, nuestros pipos, cántaros, dolias etc. Todavía se encuentran sus huellas en los museos etnográficos donde se exponen sus objetos como el de Artes y Costumbres del Palacio de Villadompardo de Jaén. Los latoneros ambulantes trataban el latón y el cobre, y arreglaban por las calles de los barrios altos cacharros caseros de latón o cobre en la década de los cincuenta del siglo XX, incluso sartenes, barreños, cubetas antes de la llegada del plástico en los objetos domésticos. Reparaban tinajas, lebrillos, cántaros y cacharros de barro esmaltado, mediante lañado de las grietas producidas en los recipientes. Los niños se fijaban en ellos mientras hacían el lañado mediante unos agujeros en el vidriado con un taladro de mano, que perforaba el barro y de forma paralela a la grieta, cada agujero. Eran unos personajes populares que conectaban con los vecinos y avisaban de su oficio con algún sonido de flauta artesanal y, a grandes voces, profería, como en otras ciudades: ¡¡ El Latonero!! Se arreglan casos, cacerolas, sartenes de porcelana. Se lañan lebrillos, cantaros, palanganas y pucheros de barro. ¡¡ Niña, vecina, el Latonero!

El latonero del siglo XVI, Alonso González no puede quedar desapercibido. Había caído enfermo en la ciudad de la Mota y requería los servicios del notario para declarar sus últimas intenciones. Quería ser sepultado en la iglesia de Santo Domingo de Silos, y dejaba parte de sus bienes e ingresos en sus hijos Juan González, Beatriz y Marta González, curiosamente, a todos los había dotado con bienes en sus matrimonios. Y, esta última se casó con Martín Hernández de Bailén, vecino de Priego. Años más tarde, el maestro de obras Alonso González, trabajaba en Alcalá, y su hijo Luis González de Bailén se casaba con la hija de Ginés Martínez de Aranda. No es de extrañar la relación de los lañadores con los arquitectos, pues intervenían lañando las paredes de murallas y edificios públicos. Y Ginés requirió sus servicios en el Gabán de la Mota. Pervivieron hasta los años cincuenta del siglo XX, existían latoneros, hojalateros, caldereros de feria y otros relacionados con estos nuevos oficios en tiendas de barrio y en la plaza principal. Pero la voz de los latoneros se extendía por los barrios avisando a las vecinas demandando el arreglo de todo tipo de cacharros de cocina con precios muy baratos para las familias pobres. Aquellos hombres con su cajita metálica y un hornillo portátil, alimentado con carbón, derretían el estaño con los calientes soldadores con el fin de arreglar a las vecinas sus objetos domésticos. Tras su cobro, se marchaban con su bicicleta de anchas ruedas y un portalin de madera, diciendo ¡Latonero! ¡Se arreglan cacharros de lata y cántaros de porcelanaaa!