Diógenes

    05 jun 2016 / 10:25 H.

    Een el siglo IV (a. C.), ser “cínico” tenía el significado de prescindir de lo supérfluo. Diógenes perteneció a esa escuela “cínica” de filosofía. Una tinaja para dormir, un farol para buscar al hombre y anécdotas con un plato de lentejas, es lo que nos ha quedado de Diógenes porque no dejó obra escrita.

    Conociendo la vida de Diógenes, los pacientes con este síndrome se parecen más a Diógenes por la soledad que por los objetos que les rodean. Diógenes se fue desprendiendo de todo y se quedó con lo imprescindible mientras que los pacientes con “Síndrome de Diógenes” terminan invadidos de basura y objetos incomprensibles. Por tanto, el caso opuesto a lo que por “Síndrome de Diógenes” se entiende sería el no tener nada.

    Lidón Seabirth buscaba un nombre que resumiera a una persona que se desprende de todo destruyendo sus pertenencias. El nombre de Diógenes ya lo habían ocupado para describir a quienes acumulan basura dentro de su pobreza y soledad; buscar otra denominación le estaba resultando tan difícil como conservar el acento de su nombre, el cual se correspondía simplemente con la Virgen de Lidón en Castellón de la Plana y que hacía homenaje a una bisabuela.

    Había realizado su estudio sobre quince varones ancianos, en los que su punto de partida no era la pobreza sino la clase media. Tenían casa propia. Vivían solos y progresivamente iniciaron la destrucción de sus pertenencias. En la descripción de la destrucción Lidón tenía un archivo meticuloso en el que los electrodomésticos terminaban hechos virutas metálicas, los muebles serrín, los libros en trizas y así todos los elementos que compusieron su hogar hasta quedar una silla, la cama, un plato, una cuchara, una sartén y poco más. Todo aquello que habían pulverizado lo dejaba en una habitación perfectamente ordenado en cajas de cartón. Mientras que los pacientes con “Síndrome de Diógenes” constituían un problema social, los que estudiaba Lidón no eran denunciados y únicamente cuando fallecían se descubría al punto que habían llegado.

    Lidón Seabirth buscó otros nombres para el síndrome de sus paciente: Atila por su destrucción, termita, carcoma, marabunta (pensando en la película “Cuando ruge la marabunta”). Ella misma buceó en la mitología griega, la de “Disney” y la de “Dragon Ball”. Ninguno de aquellos personajes los definían bien. Llegó a consultar con un mitólogo que era conocedor de hasta sesenta y cinco mitologías y su conclusión fue demoledora: “Doctora, ninguno de los dioses o semidioses que conozco tienen o han desarrollado hechos que puedan asimilarse a sus pacientes”. Muy a pesar suyo terminó eligiendo el nombre de “Síndrome de los Cínicos” —quedaba suavizado por el inglés: “Cynics Syndrome”— . El problema real consistía en saber por qué desde Diógenes hasta nuestro tiempo la palabra “cínico” se había convertido en otra cosa.