Del nombre de las calles (X)

15 sep 2019 / 11:43 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en Venecia se encuentra, entre los sestieri de San Polo y Santa Croce, el PONTE DELLE TETTE, (que en una traslación, siempre aproximada, y tras varias consultas a libros de gramática italiana y diccionarios bilingües varios, se puede traducir por puente de las tetas) que junto con Fondamenta delle tette, la calle colindante pegada al canal, debe su nombre a la costumbre de las prostitutas venecianas de asomarse a las ventanas del burdel que sobre el puente estaba, mostrando sus senos, haciendo muy bueno el dicho castellano: la mercancía sobre el mostrador, no en la trastienda. En los tiempos de la República Veneciana eran permitidos varios barrios rojos, donde radicaban multitud de casas de tolerancia. En 1421 al morir el último descendiente de la familia Rampani, sin herederos, cedió a la Serenissima sus posesiones que incluían un palacio o Ca´ Rampani en el barrio de San Cassiano, justo en el puente del que hablamos. El gobierno veneciano acogió a todas las prostitutas de la ciudad (o parte) en ese palacio, ya que veía con buenos ojos regular su negocio. (Curiosamente una de las medidas que decretó fue la proposición a las señoritas de la noche de mostrar sus pechos, como medida de, y cito: “distogliere con siffatto incentivo gli uomini dal peccare contro natura”. Al parecer se prefería la prostitución a la homosexualidad, ya que se veía a ésta una costumbre y hábito cultural que llegaba del comercio con Medio Oriente, amenazante de las costumbres propias. O tempora, o mores!). Sea como fuere, desde entonces un sinónimo en italiano para el oficio más antiguo del mundo es carampana (de Ca´ Rampani). Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute: En el callejero jaenero abundan los nombres de calles que hablan de leyendas locales o de aparecidos o de historias legendarias de fantasmas, es decir del más allá. De la calle DUENDE DE LA MAGDALENA, se puede decir que es casi sin duda, la calle más escondida de Jaén, como un fantasma entre edificios, que hasta cuesta verla en los mapas, digitales o no. Está cercana al otrora Palacio de los Uribe y se encontraron en un solar restos de un gran edificio romano y una necróplois musulmana. Con el paso del tiempo el solar sirvió de vertedero de cenizas procedentes de los alfares u hornos de la zona, no en vano, cerca está la calle Hornos Francos. Pero la más idónea para esta clasificación es el famoso callejón DEL DUENDE, que nos os aprestéis a buscar, porque cambió su nombre a calle Joaquín Costa (82 m de longitud, una media de 2,5 m de ancho, desnivel de 9 m (de 596 m s.n.m. a 587 m s.n.m.), 9 números en los impares y 14 números en los pares), entre Maestra Baja y calle Obispo Arquellada. Costa fue un oscense del siglo XIX, aragonés de pro, jurista, político, economista e historiador, con una innegable valía, máximo representante del regeneracionismo, que se centró en su Aragón natal, y que a pesar de vivir algunos años en Jaén, donde ejerció como notario, ni una sola línea escribió a Jaén, cuya estancia ni siquiera viene en todas sus biografías, y donde no dejó nada más que el recuerdo de su casa, en ese callejón Del Duende, y las firmas que dejara en los protocolos notariales. No creo que fuera motivo alguno de dedicarle una calle en Jaén, que nunca debió de cambiar tan bello nombre. Pero allá los prohombres y mujeres municipales que lo decidieron... Vayamos a una leyenda. Según se cuenta, hace muchos años, en esa calle vivía un hombre, ya canoso, solitario y de acento extraño. Respondía al nombre de Domingo, o eso decía. Su vecino Enrique, algo cotilla, le intrigaba las costumbres de Domingo, que de a diario salía de casa temprano para volver tras el almuerzo. Al poco, volvía a ausentarse hasta bien entrada la madrugada. Enrique no perdía detalle de todo este trasiego (en vez de meterse en sus asuntos). Es más, un día se decidió a, por el ventanuco del patio trasero, descuidadamente entreabierto y colindante al suyo, entrar en casa de su vecino. Halló extrañas redomas y frascos, papeles y legajos, y hasta un mapa, de los que nada entendió. Pero cuando Domingo volvió, supo que alguien había estado allí. Decidió tenderle una trampa. A la noche siguiente, el ventanuco apareció abierto de par en par. Para Enrique fue como la miel para una mosca. Pero esta vez al entrar, tropezó con cazos y cacerolas y un fuerte golpe en su frente. El barullo fue tal que el vecindario acudió para encontrar a Enrique decir que un duende o aparecido le había atacado. La lógica preocupación del vecindario al creer al barrio poseído por los aparecidos del infierno, es lo que encontró Domingo al volver a casa. Les prometió buscarlo y cazarlo, de lo cual era experto, según les dijo, a la vez que invitó a pasar a Enrique a su interior. Fue noche de recriminaciones varias. Al amanecer prometieron no denunciarse mutuamente, uno por alquimista o brujo y el otro por presunto desvalijador. La verdad era que Domingo era judío, de nombre Jonás, que en su tierra natal había heredado un plano de sus antepasados, que habitaron en el Jaén antiguo, el Yayyan sefardí. Al parecer, sus antepasados fueron expulsados por los Reyes Católicos, pero escondieron un fabuloso tesoro en una casa que podía estar en el actual Arrabalejo. Domingo, al llegar a Jaén, había comprado la casa donde vivía y al identificar la del Arrabalejo, ésa también. Cada día le veía el sol buscar en aquella casa el posible tesoro, esperanzado en que sus antepasados no hubieran mentido. Al poco, sólo se sabe que Domingo (Jonás) decidió dejar Jaén con un abultado equipaje, dejando a Enrique, cuidador de sus dos casas, cosa que hizo hasta su muerte, sin que de sus labios saliera una sola palabra... Por otro lado, en el callejero jaenero abundan los nombres de calles con nombres de administradores civiles, juristas y funcionarios públicos, como es el caso de la calle MILLÁN DE PRIEGO (800 m de longitud, una media de 12,7 m de ancho, desnivel de 14 m (de 571 m s.n.m. a 557 m s.n.m.), 93 números en los impares y 76 números en los pares), entre la plaza de Los Jardinillos y Avda. del Ejército Español. Su nombre antiguo es el Arrabalejo (aún conocida así), por ser, fuera de la muralla, una zona de arrabal de la ciudad. También fue conocida como Calle de los Morales por las moreras que la poblaban en los siglos XIV y XVI, usadas en el negocio de la seda. Se convirtió en carretera al unir algunas puertas de la muralla, la de Martos, Aceituno, Del Sol y de Baeza. Es por eso que abundan los restos de la muralla a su largura, algunos embutidos en sus edificios e incluso en un taller mecánico. Desde 1921 se dedicó a Millán Millán de Priego y Bedmar (nótese apellido y nombre de pila idéntico), después de la solicitud de los vecinos de la zona y por votación, de la que se sabe hasta el resultado (11 a 3). Este jaenero nacido en 1870, tras estudiar derecho en Madrid, logró altos puestos en la Administración Civil de la época, como por ejemplo Jefe de Orden Público del Ministerio de Gobernación. Su ejercicio se puede resumir en luces y sombras, porque fue pionero en la regulación del tráfico para vehículos y viandantes, organización de paradas del tranvía y el que impuso el uso de petos (protectores y salvadores) a los caballos picadores en los espectáculos de toros, pero (siempre hay un pero), también decretó una segregación entre mujeres y hombres en las salas de cine, que debía acudir separados a ver una película (y eso que no había ocurrido aún lo de Archidona). Decreto que fue bastante ridiculizado y espero que no se le hiciera ni caso, durante el breve tiempo en que estuvo vigente. También fueron famosos sus bandos regulatorios, por su prosa y rigurosidad. En fin, un tiquismiquis, por muy paisano nuestro que fuera. Falleció fusilado en Madrid en los tristes y sangrientos días de la Guerra Civil, con lo que ya no pudo volver a su ciudad natal, que por lo menos lo recuerda en una de sus calles más largas. Así, si vais por una calle de Jaén, sea cual sea, haceros siempre una pregunta extraña sobre algo de la propia calle, un edificio, una fachada, un comercio o un bonito rincón, o sobre el porqué o el qué o a quién debe su nombre, mirando la placa en sus esquinas. Ayudad, con lo poco o mucho que sepáis, a rescatar los nombres de nuestras calles olvidadas.