Del nombre de las calles (VIII)

01 sep 2019 / 13:33 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en Nápoles existe una calle denominada VIA SPACCANAPOLI, que literalmente quiere decir partenápoles o rompenápoles, porque es una calle estrecha que divide claramente la ciudad antigua con un trazado recto perfecto entre norte y sur. Como si un gigantesco cheff partiera con su cuchillo la tarta urbana napolitana. Su origen es el decumano romano, decumanus máximus, esa calle con alienación este-oeste de las ciudades o campamentos romanos que trazaban los augures (lo que les gustaba a los romanos los auspicios y quiromancias varias) al fundar la ciudad. Es una calle con solera, antigua y salpicada de residencias históricas, conventos y templos de todas las épocas. Ahí está viendo pasar el tiempo, con permiso del Vesubio, claro.

Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres elegantes y dedicados. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute:

En el callejero jaenero abundan los nombres de calles limpias y pulcras, que aunque a veces sea descorazonador andar por las vías públicas llenas de excrementos caninos, gatunos y humanoides, pipís de felinos, cánidos y antropomorfos, y papeles y plásticos varios de bípedos, misteriosamente a 2 cm de una papelera vacía, también hay calles completamente saneadas, aunque sea de nombre, véase la calle JABONERAS (56 m de longitud, una media de 2,8 m de ancho, desnivel de 5 m (de 597 m s.n.m. a 592 m s.n.m.), 11 números en los impares y 10 números en los pares), en pleno barrio de La Merced, entre la calle Maestra Alta y la calle Maestra Baja, (como no podría ser de otra forma). Esta calle tomó su nombre de pequeños negocios familiares de fabricación artesana de jabón, quizá por la cercanía al raudal de Santa María y la fuente de la Plaza de la Merced o Fuente Nueva, surtida con agua procedente del Raudal del Alamillo. Al parecer el efecto llamada es fundamental, porque si no encuentras el de olor a jabón de Marsella, te vas a la tienda de al lado, y sin problemas. Así la competencia se diluye como pompas de jabón en el agua...

Por otro lado en el callejero jaenero abundan los nombres de calles con nombres de literatos, poetas y dramaturgos de los de la vieja escuela, con sus cuitas, ya casi entrañables, con otro escritor y poeta, simpar rival y vecino, amigo y enemistado, disparando letras enconadas. Allá donde la mencionada calle Maestra Alta cambia de nombre, que no de trazado, partiendo de la plaza de La Merced, está la calle ALMENDROS AGUILAR (550 m de longitud, una media de 5,2 m de ancho, desnivel de 3 m (de 598 m s.n.m. a 595 m s.n.m.) aunque desde la calle Parrilla a la Merced hay una cuesta pina de 8 m de desnivel, 83 números en los impares y 94 números en los pares). Básicamente, es la antigua decumana romana, que heredó la ciudad árabe con sus dos calles “maestras”, largas y vertebradoras del resto de la ciudad, siguiendo las curvas de nivel a los pies del cerro de Santa Catalina, desde la plaza de La Magdalena y alrededores. Pudo ser el camino de ronda del primer recinto amurallado. Parte desde su comienzo en la Plaza de La Merced, con la iglesia y convento, salpicados sus primeros adoquines con el rebosadero de la Fuente Nueva, ya comentada, inicia su trayecto al lado del Palacio de los Quesada Ulloa, hoy sede del Urbanismo del Ayuntamiento y desciende hasta los restos del la iglesia de San Lorenzo, del que queda milagrosamente su arco, construido como contrafuerte de la iglesia y aprovechado como sacristía, donde aún resuenan reminiscencias del padre Canillas, los pasos que subían a la antigua sacristía y los lloros de la reina María de Molina por su hijo Fernado IV. Hoy los Amigos de San Antón lo cuidan de su desaparición. Se adentra la calle entre los desaparecidos: el convento de los Ángeles, hoy Escuela de Artes, y la iglesia de Santiago, de los que sólo queda la más absolutas de las nadas, a no ser el refugio antiaéreo que se construyó en la Guerra Civil, bajo el suelo de la plaza de Santiago. Luego pasa por los cantones de Ropa Vieja, aún oliendo la cera de la subida de El Abuelo por tan pintoresco cantón, que esperemos algún día resucite en su recorrido, y llegar a la plaza de San Juan. Antiguo epicentro municipal de Jaén. En ella tuvieron residencia muchas familias nobles, muchas acaudaladas y muchos notables ex-vecinos nuestros. En el desparecido palacio del canónigo Suárez del Águila, que el obispo Alonso Suárez, el insepulto, su tío, mandó construir, vivió Emilio Arroyo, el famoso doctor aficionado a la fotografía que mantuvo en vida tan magnifico edificio. Ahora sólo está en sus fotos y en los restos de su portada renacentista, el número 41 de la calle. Quizá fuera él quien mandó poner al Vitrubio de Leonardo da Vinci al lado de su portón de clavazón. Vedla. Vieja calle de muchas fachadas y palacios, y patios interiores con pozo propio y limoneros, y muchos balcones, como el del que cayó la marquesa de Blancohermoso, por ver la procesión del Corpus. Salvó la vida, y por eso Jesús de los Descalzos carga su madera de palosanto, con unos versos: Todas la cruces son flores/ si las sabes llevar... versos que cierran el circulo del destino de esa calle, porque los firmó Almendros Aguilar.

En 1903 se le puso su nombre a esta importante calle, nombre de poeta, de hombre de letras, que aunque galduriense de cuna (de Jódar para los no familiarizados con los gentilicios), se dejó barba y le salieron canas en Jaén, su hogar de adopción, aunque estudiase Ingeniería de Caminos en Madrid (su familia era de buena posición y de aficiones literarias). Su educación y familiaridad con las letras le abrió el camino de la política, siendo amigo personal del que luego fuera presidente, Práxedes Mateo Sagasta. Fue diputado provincial por Jaén y tuvo la secretaría del Gobierno Civil de diferentes provincias, aunque lo que le movía su sangre era la literatura. Fue académico de la Real de Sevillana de Buenas Letras y ganador de certámenes poéticos por toda España e incluso en Viena y Filadelfia. En nuestra ciudad desarrolló su laboriosa carrera poética y literaria, en la que no dejó palo que tocar: poesía en revistas locales (El Guadalbullón, El Cero, Álbum del Industrial, La Semana, El Pueblo Católico, La Regeneración...) y obras colectivas como el Romancero de Jaén de 1862. Hizo incursiones en teatro y zarzuela, estrenando en Madrid, Jaén y Granada. A las nuevas generaciones de jaeneros quizá ya no les suene, pero su obra más famosa y acertada es el celebérrimo soneto A la Cruz (Muere Jesús del Gólgota en la cumbre/ con amor perdonado el que le hería...) Doce años después de su muerte fue grabado en piedra en la base de la Cruz del Castillo de Santa Catalina, sobre toda la ciudad y allí todos lo podemos leer. Le tocó vivir entre una generación, al final del siglo XIX, en la que convergieron varios poetas en el pequeño círculo jaenero. Fue con Montero Moya con quién mantuvo su más idílica amistad celosa, con cruce de poemas “dedicados” al más puro estilo Quevedo-Góngora, y que quiso el destino que ambos mantuvieran calles dedicadas en Jaén, cruzándose ambas perpendiculares, hundiéndose como daga de versos afilados en el cuello del callejero jaenero. Don Antonio ganó el recuerdo, uno de los mejores poetas de su tiempo, que en estatua fue homenajeado por la ciudad, hecha por Jacinto Higueras Cátedra. En la Plaza de San Juan, frente a la iglesia, recita de pie con un libro en las manos y un verso en sus labios de bronce... (se abren las tumbas, se desgarra el velo/ y a impulsos de amor, grande y fecundo,/ parece estar la cruz, signo de duelo,/ cerrando, augusta, con el pie el profundo,/ con la excelsa cabeza abriendo el cielo/ y con los brazos abarcando al mundo). Así, si vais por una calle de Jaén, sea cual sea, haceros siempre una pregunta extraña sobre algo de la propia calle, un edificio, una fachada, un comercio o un bonito rincón, o sobre el porqué o el qué o a quién debe su nombre, mirando la placa en sus esquinas. Ayudad, con lo poco o mucho que sepáis, a rescatar los nombres de nuestras calles olvidadas.