Del nombre de las calles (VI)

18 ago 2019 / 12:06 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en Roma está la VIA DI MONTE TESTACCIO. Es una colina o monte literalmente artificial, hecho entre los siglos I y III, formado por millones de ánforas rotas. Es la versión latina y romana de lo que aquí podríamos llamar una montaña de tejoletos. Las ánforas venían desde Hispania repletas de aceite, (mucho de nuestra tierra de Jaén, en la Bética antigua), fruto de un comercio floreciente, y se usaba terracota de la zona para fabricarlas por lo barato del material, (lo que viene a ser barro cocido). Era más beneficioso abandonar y tirar las ánforas que reciclarlas (luego hablan de la sociedad de consumo de hoy en día...). Las ánforas abandonadas han llegado a formar un monte de 54 metros de altura y 1 km de circunferencia. Se estima que en su interior hay 50 millones de ánforas rotas, que se apilaban en orden para economizar espacio (despilfarro sí, pero ordenado). En Roma nunca ha existido un puerto, por lo que se utilizaba una sección del río Tíber para desembarcar las mercancías que llegaban. Cada tipo de mercancía tenía su “parcela” a donde recalar. En el caso de las ánforas de aceite, vinos y salsas, éstas eran desembarcadas a la altura del barrio Testaccio (muy cerca de Trastevere), que tomó el nombre de Mons Testaceus y éste de testae, en latín, vasija. Allí quedó en forma de barro cocido un pequeño pero gran trocito de Jaén en Roma. Hoy se puede visitar como parque arqueológico.

Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres elegantes y dedicados. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute:

En el callejero jaenero abundan los nombres de calles dedicadas con ese gracejo, un poco malauva andaluz, ideal para motejar, por cierto. La calle GRACIANAS (75 m de longitud, una media de 3,5 m de ancho, desnivel de 1 m (de 559 m s.n.m. a 560 m s.n.m.), 7 números en los impares y 14 números en los pares), entre las calles Cuatro Torres y Tablerón, en el barrio de San Ildefonso, es todo un buen ejemplo o malo, según se mire. La ocurrencia vino por ser residencia en el siglo XVIII de Graciana Cobo, una señorona venida a menos al quedarse viuda que no cejó en su señorío, ya descafeinado. A su muerte dejó solas en el caserón familiar a sus dos hijas mocicas, compuestas y sin novio, por no poseer ya la dote que se les suponía por tan rancio (y de verdad) abolengo. De tal forma que quedaron solteronas, sin marido, sin novio y sin rentas, sobreviviendo como pudieron, entre rezos y letanías, soledad sin criados y vida de abrigo de visón, de lejos, pero piel de conejo, de cerca. El vecindario las llamaba con mala lechecilla, “las gracianas”, que no pasaron del todo desapercibidas para la historia, ya que dieron nombre a la calle, aún sin querer y aún sin saberlo. Me las imagino, a su vejez, junticas del brazo, encorvadas, acarreando sus bolsos de piel buena, pero desgastada por el paso de los años, entre vapores de perfume añejo. Con el tiempo su ancestral casa se convirtió en fábrica de Chocolates Virgen de la Cabeza, de aún recuerdo entre los mayores, para convertirse, pasado más tiempo, en el Hotel Central. Valga por un recuerdo a las dos gracianas. Por otro lado, en el callejero jaenero abundan también los nombres de calles con nombres fantasmas. Me explico: un nombre que ves pero que no existe. Si vais por la Diputación Provincial y continuáis por la calle ALAMOS (160 m de longitud, una media de 9,8 m de ancho, desnivel de 0 m (574 m s.n.m.), 17 números en los impares y 18 números en los pares), veréis justo en la casa que hace esquina con la calle La Parra, dos placas de calle, con dos nombres diferentes, el oficial, (Álamos) y el fantasma: calle de González Doncel. Quedaos con el que más os guste, cuando os cuente de su porqué. La calle Álamos, entre la plaza de San Francisco y la calle Dr. Eduardo Arroyo, era originariamente la ronda exterior del primer recinto amurallado de la ciudad (de hecho hasta hace poco en el interior de la casa n.º 1, quedaba el resto de un torreón almenado de muralla, desaparecido como todo en una siesta de los justos). En el espacio que ocupa hoy la Diputación, se encontraba el Convento de San Francisco y en la zona que ocupa hoy el mercado municipal, se encontraba el huerto de los franciscanos, que recibía agua del manantial de la Audiencia por una acequia rodeada por álamos enormes, en una bucólica estampa del siglo XIV. Esa alameda era aprovechada, al parecer, por el Condestable Iranzo, para guardar osos y otros animales, para cazarlos en los parajes cercanos a Jaén en jornadas de caza con amigos y otros contactos. ¡No era nadie D. Miguel Lucas...! De ahí que el primer documento hable de la calle de los Álamos de San Francisco. Hoy Álamos, a secas. (Es evidente que los álamos o Populus alba, también se secaron). En mayo de 1888 el ayuntamiento acordó dedicarla a Gutierre González Doncel, fundador de la capilla de San Andrés y es por eso que se puso una placa en la casa n.º 1 con su escudo de armas y nombre, costeada por la santa Capilla. Pero el nombre fue cambiado varias veces. Tras varios avatares nominativos, recupera en los años 40, su primitivo nombre de Álamos, hasta hoy. Siempre ha sido calle irregular hasta su alineación (arrasando murallas y lo que haga falta) y la apertura de la calle Colón, eliminando algunas casas. Comercial, lo ha sido también siempre desde 1730 con el “Mesón de los Álamos”, bodegones, posadas, buñolerías y hasta un molino de aceite. No es raro que se construyera el mercado municipal a su vera, con su acceso principal, la puerta de Santa Ana a la calle, hoy enmarcada en tres fachadas regionalistas con balcones de principios del siglo XX, donde vivió unos años Alfredo Cazaban, nació su hija Trinidad y tuvo la redacción de la revista Lope de Sosa. A la altura del n.º 15 hasta las famosas escalerillas de la calle, estuvo nada menos que la fábrica de cerveza El Lagarto, que en 1928 se transformó en “El Alcázar”, y fábrica de hielo (todavía no hay estatua conmemorativa, lo que es un sacrilegio). A lo más en la fachada hay un gran relieve de 4 pisos de altura, obra de Ramón de 1979, que muestra a una aceitunera. Enfrente de la calle Colón se construyó en 1916, la desaparecida Casa de Socorro hasta los años 80, aún perdurable en el recuerdo arquitectónico de muchos de nosotros, chavales de la época allí atendido, por magullados en partidos de fútbol callejeros.

El nombre fantasma corresponde a Gutierre González Doncel, un enigmático personaje del siglo XVI, que llegó a ser protonotario apostólico y comensal del Papa León X y posteriormente tesorero de Clemente VII. Fue fundador de la Santa Capilla de San Andrés y de su Noble Cofradía de la Limpia Concepción de Nuestra Señora, asociación benéfico-docente que aún mantiene allí su sede, fundadora del colegio de San Andrés, paredaño a la capilla. Vivió muchos años en Roma, desde que marchó como clérigo asistente del cardenal giennense Esteban Merino, subiendo peldaños en la Curia Romana hasta una posición notoria, con rango de prelado, (cardenal), tesorero y protonotario. Desde esa posición no olvidó Jaén y consiguió beneficios y financiación para la erección de San Andrés y su cofradía benéfica. Dicen que desde la distancia estaba al tanto de todos los detalles de su construcción y puesta en marcha, tanto que hasta mandó traer tierra de Jerusalén, (lo que es tierra de Tierra Santa), para esparcirla en sus cimientos. En Roma murió en 1527 durante el cruel saqueo efectuado por las tropas imperiales de Carlos I, en el que según se dice, fue martirizado por los mercenarios alemanes del emperador que lo sacrificaron colgándolo literalmente de sus partes pudendas o escroto (se admiten toda clase de ¡¡¡¡ayyyyyy!!!!). Fue enterrado en la iglesia de Montserrat de los Españoles de Roma, donde allí descansa un jaenero sin calle. Así, si vais por una calle de Jaén, sea cual sea, haceros siempre una pregunta extraña sobre algo de la propia calle, un edificio, una fachada, un comercio o un bonito rincón, o sobre el porqué o el qué o a quién debe su nombre, mirando la placa en sus esquinas. Ayudad, con lo poco o mucho que sepáis, a rescatar los nombres de nuestras calles olvidadas.