Del nombre de las calles (IX)

08 sep 2019 / 12:28 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en Granada se encuentra el PASEO DE LA BOMBA, que no es que sea una calle insegura, permanentemente cerrada por la policía por amenaza terrorista, o que en ella se encuentre el arsenal del 73 Regimiento de Artillería del Ejército de Tierra, o por otro lado, que sea la calle más divertida de Granada (con permiso de la calle Pedro Antonio de Alarcón y sus locales de copas), no. Es un bonito paseo-alameda arbolado, bulevar al estilo francés de 8000 metros cuadrados e impresionantes vistas a Sierra Nevada, muy cercano, vía Paseo del Salón, a la Iglesia de Virgen de las Angustias. Su denominación le llega por una pequeña fuente casi escondida entre su arbolado, con una sospechosa forma de bomba, de esas antiguas y casi de cómic, que el gracejo popular bautizó así.

Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres elegantes y dedicados, que rinden el recuerdo a todos aquellos que fueron y serán recordados, aunque sea en una placa en cada esquina, sitio privilegiado, pero a veces sólo pronunciado para indicar al o a la taxista una dirección. Triste recuerdo, si no se sabe quien fue, o feliz homenaje, si queda en el recuerdo con el mismo o más cariño con el que se decidió poner allí, sobre nuestras cabezas y enganchado a nuestras viviendas. Aún así, fiel a sus gustos, no quiso olvidar aquellos nombres que le removían la sensibilidad con un nombre acertado o una palabra singular. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute:

En el callejero jaenero abundan los nombres de calles que nacen de la diversidad, aunque sea entendida con un deje del pasado. La calle HORNOS NEGROS, (77 m de longitud, y 101 m si se contabilizan los dos callejones ciegos en el lado de los impares, una media de 3,1 m de ancho, desnivel de 3 m (de 584 m s.n.m. a 581 m s.n.m.), 35 números en los impares y 8 números en los pares), se ubica en pleno corazón del barrio de La Magdalena, entre la Plaza de Santo Domingo y la calle Cuna, a escasos metros de los Baños Árabes, el Convento de Santo Domingo y el Archivo Histórico y la nueva (y en proceso de recuperación, Iglesia de Santa Catalana Mártir, la del antiguo convento de Santo Domingo). Es decir, en pleno cogollo castizo, de barrio con solera, monumental y tradición. No debe tan peculiar nombre a que en ella hubiera algún tipo de restaurante con la cocina que necesitara una pequeña limpieza. Según parece en esta calle, en pleno siglo XVII, se instaló una familia de negros o mulatos, quizá libertos, que tras sus años de esclavitud (práctica habitual en esos años en familias pudientes), empezaron a ganarse la vida gracias a su negocio: una tahona (lo que es hoy en día una panadería), en la que el horneo del pan era claro síntoma del sentido del negocio. Lo de “calle donde hay un horno de negros”, era un paso lógico para poder identificar esa calle. Así, se llamó calle de Los Negros, calle Horno de los Negros y, por fin, calle Hornos Negros.

Por otro lado, en el callejero jaenero abundan también los nombres de beatas oficialmente reconocidas por el Vaticano y amigas personales de santos, que entregaron su vida a la igualdad, un sueño y el servicio a los demás. La calle JOSEFA SEGOVIA (160 m de longitud, una media de 5,9 m de ancho, desnivel de 10 m (de 567 m s.n.m. a 557 m s.n.m.), 11 números en los impares y 16 números en los pares) en el barrio de San Ildefonso, entre la plaza de San Félix y la calle Ejido de la Alcantarilla, (justo frente a la puerta Noguera), está dedicado a la beata jaenera desde 1957. Los más veteranos de nuestros convecinos, recordarán esa calle con el nombre de calle de Juan Izquierdo, al parecer un jurado, es decir la persona que se elegía por elección popular y por collaciones, para el concejo de la ciudad y ejercer la juradería, (así llamados por el juramento que prestaban de defender los intereses de la comunidad), siendo los representantes del municipio, y que habitó en ella en el lejano siglo XVII. Siempre ha sido calle luminosa, en cuyo comienzo hubo una fuente de muro cerca de un cantón que servía de entrada a un molino de aceite. A su lado aún se conserva una casa de principios del siglo XX que servía de taller a Luis Ureña, taller de piezas de rejería artística y que dejó seña en los hierros de la fachada. Otros edificios sobresalientes en la calle son la antigua casa solar de los Balguerías, familia de las de santo y seña en la ciudad, y un poco más abajo en la calle, el edificio que probablemente fue del jurado Juan Izquierdo, donde desde 1914 se instaló la institución Teresiana, hoy sede del Colegio Concertado Padre Poveda (vulgo Las Teresianas). El edificio aun conserva blasones, una antigua capilla (dicen que con lienzos de Sebastián Martínez) y piedras de sabor antiguo, que no logran acallar sus voces del pasado a pesar de las de la chiquillería estudiante de hoy en día.

Al final de la calle, en el margen derecho a la altura del número 14, en su fachada, se ha conservado un azulejo policromado, con la efigie de Nuestro Padre Jesús, en la que se recuerda uno de los numerosos milagros atribuidos a El Abuelo. En ese mismo lugar, en 1681, se encontraba un hospital, a la manera de lazareto de apestados, que se organizó durante una de esas frecuentes epidemias que azotaban las ciudades en esa época del siglo XVIII, en que la lucha contra ellas, sin antibióticos y sin medios científicos, corría más a la mediación divina y de algunos magníficos hombres como el médico Juan Bautista de Manzaneda, el doctor que atendía ese hospital. Nuestro Padre Jesús acudió a la ayuda de su pueblo. Finalizó la epidemia en agosto tras la procesión de Jesús de los Descalzos desde el Convento de San José al Hospital, por cuyo motivo se cerró y depositaron las llaves en sus manos (cuya replica en plata aun conserva hoy en recuerdo, colgadas de su brazo). Siendo así, no es de extrañar que Josefa Segovia Morón, jaenera nacida en 1891, eligiera esta calle para lugar de la Institución Teresiana. Josefa, estudió magisterio en Granada (Jaén no disponía aún de centro educativo), donde lo terminó con premio extraordinario, trasladándose a Madrid a la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio. Hay que ponerse de nuevo serios con el recuerdo a Josefa Segovia, una de las mujeres más influyentes en la España del siglo XX. En los años oscuros en que pocas mujeres se decidían a hacer una carrera superior y, menos aún, desplazarse fuera de la propia ciudad, ella fue luz y guía de todas unas generaciones de mujeres, nuestras madres, nuestras abuelas. Con toda probabilidad nuestra sociedad actual es heredera de su esfuerzo (y de otras extraordinarias mujeres de su época) y de su lucha por la igualdad laboral de hombres y mujeres (algo imposible en aquel entonces, improbable tras unos años e imprescindible hoy en día). Antes de su nombramiento como Inspectora de Primera Enseñanza, (plaza que obtuvo en 1916, siendo la primera de Jaén y provincia), aceptó dirigir la Academia de Santa Teresa para Normalistas, recién fundada en Jaén. De esa forma tomó cuerpo su vida futura. Comprendió que la educación es la base de la igualdad y que es el mayor regalo que se puede hacer a una persona, y en aquella época sobretodo, a las niñas. Desde 1911 se implicó en los proyectos educativos de Pedro Poveda Castroverde, un sacerdote linarense, pedagogo y escritor, canonizado como San Pedro Poveda, que fundó la Institución Teresiana, asociación de profesionales laicos centrada en la educación. Josefa fue directora de la institución desde 1919 hasta su muerte, alentando el asociacionismo femenino y el protagonismo de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, ejercicio profesional y participación publica. Todo previo paso por la Educación. Fueron miles sus escritos y artículos, millones sus desvelos e infinitos sus esfuerzos. Hoy su memoria agradecida debe residir en todas las mujeres y su ejemplo, en todos nosotros. Una jaenera que nunca cortó con sus raíces, por lo que no ha dejado de estar en el reconocimiento de su ciudad natal.

Así, si vais por una calle de Jaén, sea cual sea, haceros siempre una pregunta extraña sobre algo de la propia calle, un edificio, una fachada, un comercio o un bonito rincón, o sobre el porqué o el qué o a quién debe su nombre, mirando la placa en sus esquinas. Ayudad, con lo poco o mucho que sepáis, a rescatar los nombres de nuestras calles olvidadas.