Del nombre de las calles

29 dic 2019 / 11:34 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. En Navidad, es difícil encontrar alguna calle que no sea capaz de cambiar su apariencia para mejor. Pero si hay alguna que pueda ser llamada la calle de la Navidad oficialmente no es otra que la Aleksanterinkatu, en Helsinki, a tiro de piedra de la casa de Papá Noel. Calle profusamente decorada con tan gran iluminación navideña que hace brillar de forma fantasmagórica a sus tranvías verde-amarillos, sus escaparates de barrocas decoraciones, la nieve, más nieve, un poco más de nieve y mucho frío finlandés. Aunque puestos a ser tiquismiquis, la rue NOËL de Reims o la rua Natividad de Lourosa, en Oporto, podrían ser mejor consideradas como calles de Navidad. Pero si nos ponemos estrictos, la calle ESTRELLA (en árabe: ÔÇÑÚ ÇáäÌãÉ) y la plaza del PESEBRE (en árabe: ãíÏÇä ÇáãåÏ), ambas en la ciudad de Belén, en Palestina, podría disputarse sin género de duda el título de auténticas calles de Navidad. Sobretodo la plaza del Pesebre, que debe su nombre a la creencia de que en ella se encontraba ese pesebre donde Jesús nació, cerca de la iglesia de la Natividad, (posiblemente la iglesia existente más antigua del mundo), posee ese epicentro honorífico para ser considerada la cuna (y nunca mejor dicho) de la Navidad. En el solar patrio encontramos nombres muy atinados como podría ser la calle Reyes Magos en Fuengirola, calle Portal de Belén, en Palencia, calle Nacimiento en Córdoba y calle Niño Jesús, en Baeza. ¿No son supernavideños?

Cuando estuvo en JAÉN en la época navideña, se sintió ligeramente melancólico y a la vez recorrido de una especie de cosquilleo de felicidad. En su paseo vespertino habitual de “caza” de nombres callejeros, recorrió las calles jaeneras a la luz de LED de los bonitos alumbrados, evitó con certeza el paso del trenecillo turístico emisor de alegres villancicos por la megafonía incorporada y compró una almorzada de castañas en el inevitable puestecillo, en pleno cogollo del ambulante mercado navideño. Al torcer la esquina del palacio de la Diputación, dirección calle Joaquín Tenorio, le pareció ver un destello brillante en el cielo oscuro, quizá sobre el alto ciprés que en los jardines traseros campea con orgullo su enorme porte. El destello le hizo reparar en un verdadero abeto, al lado del majestuosos ciprés. Reconoció la especie, Picea abies, o abeto rojo, un verdadero árbol de Navidad, que le hizo recordar sus tiempos mozos y a sus padres decorando con adornos caseros las ramas caídas de algún pino serrano, remedo de abeto, todo lo más a lo que podían aspirar en aquellos tiempos más modestos, en todos los sentidos. Estando allí, el destello, que parecía moverse a su albedrío, le hizo mirar más hacia arriba, hasta casi desaparecer por los tejados del próximo callejón de las Flores. En ello estaba cuando decidió seguirlo. En su ruta el destello quería buscar el aroma de calles antiguas, así casi corriendo en su pos, iba mirando al cielo, sin que nadie más reparara en su luz. Desembocó tras el palacio provincial, en la calle Álamos, la que siguió hasta la de Colón, cuesta que le llevó hasta la calle Aldana y de ésta hasta la oscura y corta calle Vargas. El destello se detuvo sobre el Arco de San Lorenzo, al que llegó con la lengua fuera. Lo que más brillaba al lado del arco era la placa de la calle que decía, calle Madre de Dios. La consideró apropiada, ciertamente navideña, ya que toda madre comienza con un nacimiento, y más si es María, madre divina. Aunque el origen del nombre, recordó, es el antiguo hospital que en esa calle se encontraba y que se bautizó como “Madre de Dios”. El hospital, desde su fundación medieval por Luis de Torres, hijo del condestable Iranzo, fue un centro para la atención de enfermos pobres y vagabundos. Aún casi sin tiempo para recuperar el aliento, de nuevo sobre su cabeza, el destello decidió moverse en dirección a la calle Almendros Aguilar. Asombrado, miraba a todos con los que se cruzaba, ajenos a aquella muestra de movimiento celeste. Así, destello y corredor se pararan al comienzo de la cuesta que baja desde Almendros Aguilar hasta Martínez Molina. No podría ser otra que la calle Los Ángeles, esos inevitables mediadores en el nacimiento del Niño Jesús. Consultó con su memoria los datos. Así es llamada la cuesta por el convento de los dominicos de Santa María de Los Ángeles que allí se encontraba, en lo que hoy es la Escuela de Artes.

De nuevo observó con cierta premonición, que el destello se movía. Así, siguiéndolo se pasó horas. La luz le llevó por toda la ciudad: de la calle Cuna a la calle Jesús, del barrio “legío” (como se dice en Jaén a “el Ejido”) Belén, y la calle San José y la cuesta de Belén, a la calle Sagrada Familia y de Melchor Cobo Medina, a Baltasar de Alcázar y la plaza de Santa María... Agotado e intrigado, cansado y maravillado, el bueno de nuestro estudioso decidió sentarse en un banco, de los “rajaos”, frente a la espléndida fachada catedralicia, a descansar. Tras un rato cavilando, cuando el destello quedó inmóvil, sacó de su cartera un ajado callejero de Jaén, tazado por los pliegues como mandan los cánones y el continuado uso. Asaltado por una idea, marcó en rojo todos los puntos a los que le había llevado el destello celeste. El escalofrío le llegó a los huesos. Se podía formar un belén giennense con todos los nombres de las calles por las que había pasado: Belén, Cuna, Jesús, San José, Sagrada Familia, Madre de Dios... incluso había un Melchor y un Baltasar. Pero, no sólo eso, el belén jaenero formaba una espléndida estrella sobre el mapa, que uniendo todos las puntas con líneas, se cruzaban sobre un mismo punto. En ese momento el destello de nuevo comenzó a moverse.

Siguiendo sus pasos, llegó hasta el barrio de San Ildefonso. Allí se paró por último en la calle Rejas de la Capilla, justo el lugar donde todas las líneas de su mapa se cruzaban. Sobre la calle desierta, por lo avanzado ya de la hora, el destello iluminó débilmente la reja que tapa la antigua y cegada entrada a la iglesia. Por ir mirando al cielo oscuro en busca del destello, se encontró sobre el arco, de una bonita tracería en vejiga de pez, con la más bella virgen y su hijo, en piedra tallada, que hay en todo Jaén. Es una imagen, que dicen de Gutierre Guierero, hecha a semejanza de la Virgen de la Capilla, conocida como la Virgen de las Uvas. En ella se ve como el niño le da un racimo de uvas a la Virgen, la cual lo está cogiendo. Simbólica imagen, la del vino que remite a la sangre de Cristo.

Sonrió al destello que en ese momento desapareció, y casi río, porque le había marcado el verdadero y genuino Portal de Belén en Jaén. Tan absorto estaba que no reparó en dos figuras sentadas en el escalón de una puerta cercana, compartiendo un litro de cerveza y fumando, al parecer, un buen material, según el aroma que impregnaba la calle. Gorra y capucha, piercing y tatuajes, los adornaban. En ese instante, de un famoso restaurante cercano con estrella Michelín y todo, salieron cuatro hombres que a voz en grito iban cantando con dicción aguardentosa y beoda todo el repertorio de villancicos de Raya Real, sin consideración a la hora que era ni al sueño del vecindario. Provistos de buenos abrigos y trajes caros, se habían desembarazado de corbatas que agitaban por lo alto de sus cabeza, saltando como críos y gritando y empujándose como colegiales. Al parecer habían probado el menú degustación de 11 platos, con maridaje incluido. Tan bebidos iban que no repararan en nuestro estudioso al que empujaron sin consideración, haciéndolo caer al suelo. Los litroneros tatuados corrieron en esa dirección, increpándoles por el atropello. “¿Se encuentra bien?”, le dijeron ayudándolo a levantarse del suelo, y le recogieron la cartera y su contenido que había quedado esparcido por el suelo. “¿No os da vergüenza?, se encararon con los entrajados que salieron corriendo entre risotadas alcóholicas. “No hay vergüenza!”, le comentaron, mientras sostenían a nuestro héroe ayudándole a limpiarse el abrigo, empolvado por la caída. “¿Qué hace usted a estas horas aquí solo”, le preguntaron. El estudioso les contó que se dedicaba a estudiar las calles y que como no podía dormir, se vino a ésta en la que había algo muy especial para la Navidad. Un buen rato estuvo hablándoles de las calles de Jaén y de sus nombres y de esa virgen con el niño. Tanto les gustó a sus dos nuevos amigos, que le acompañaron, cogiéndolo del brazo. Incluso por el camino le cantaron, (a voz bajita) el famoso villancico jaenero: (A) bajaban los pastores por las cuestas de Jaén/ (a)bajaban los pastores por las cuestas de Jaén/ (A)bajaban ¿Quién?/ Los pastores/ ¿Por dónde?/ Por las cuestas/ ¿De dónde?/ De Jaén...

Se despidieron con un abrazo. Ya en su cama, se dio cuenta de muchas cosas. Sobretodo de una: de que cada vez que alguien hace un favor desinteresado a un semejante, el Niño Dios le nace. Y si es en su cumpleaños, en Navidad, lo hace siempre, a pesar de ti. Inspirado cogió el portátil y escribió. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute: En el callejero jaenero abundan los nombres de calles tan navideños que se podría formar un pequeño belén, tan discreto como apropiado, donde a veces, o todos los días, nace el Niño Jesús...