Del nombre de las calles

21 jul 2019 / 13:52 H.

El estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en París está la Rue du Chat-Qui-Péche, la más estrecha de la capital gala (1,80 m), siendo ejemplo de nombre de calle con forma verbal, raro en general en la denominación de las calles. Se encuentra en el quinto arrondissement, desembocando en el Quai de Saint- Michel a la vera del Sena. Debe su nombre a la insignia de un antiguo comercio en la calle, comercio e insignia que dio origen al dicho “Aller voir pêcher les chats” (Ir a ver pescar a los gatos), con la significación de dejarse persuadir fácilmente, al parecer seña santo de dicho comercio donde el que entraba a comprar salía con lo que no quería. (Pierre de La Mésangère, Dictionnaire des proverbes français, 1823).

Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres elegantes y dedicados, que rinden el recuerdo a todos aquellos que fueron y serán recordados, aunque sea en una placa en cada esquina, sitio privilegiado, pero a veces sólo pronunciado para indicar al o a la taxista una dirección. Triste recuerdo, si no se sabe quién fue, o feliz homenaje, si queda en el recuerdo con el mismo o más cariño con el que se decidió poner allí, sobre nuestras cabezas y enganchado a nuestras viviendas. Aun así, fiel a sus gustos, no quiso olvidar aquellos nombres que le removían la sensibilidad con un nombre acertado o una palabra singular. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute:

En el callejero jaenero abundan los nombres curiosos, en este caso con formas verbales, rara avis de entre las denominaciones callejeras, y más si está compuesta de dos verbos como es el caso de la calle SALSIPUEDES (81 m de longitud, una media de 2,8 m de ancho, desnivel de 3 m (de 557 m s.n.m. a 554 m s.n.m.), 13 números en los impares y 14 en los pares) entre la calle Melchor Cobo Medina y la calle Puerta del Ángel, en el barrio de San Ildefonso, antiguo barrio extramuros de la ciudad y hoy aderezada por tabernas de suculento buen comer. Debe su nombre a su trazado en su origen, dificultoso para andar, muy empinado y pedregoso, entre los dos recintos amurallados de la ciudad y a su cercanía a la Puerta del Ángel, antigua puerta de la ciudad, fuertemente vigilada con control de entrada y salida. Todo ello influyó a buen seguro en su denominación.

Por otro lado, en Jaén abundan las calles dedicadas a profesionales de la medicina como el caso de la calle de MARTÍNEZ MOLINA (490 m de longitud, una media de 8,21 m de ancho, desnivel de 7 m (de 589 m s.n.m. a 582 m s.n.m.) 55 números en los impares y 60 en los pares), la antigua calle Maestra Baja, situada entre dos plazas, la Plaza de la Audiencia y la de Santa Luisa de Marillac, vertebrando el barrio de San Juan, pasando por toda la zona de lo más antiguo de Jaén recorriendo paralela a todo recinto amurallado medieval y pretérito. Como en el número 77 de la calle nació Rafael Martínez Molina (24 de diciembre de 1816), está dedicada a su recuerdo. Conocido como el sabio andaluz, fue médico, cirujano, antropólogo y anatómico. Simplemente por dar alguna pincelada de su vida se puede decir qué tras cursar bachiller en Jaén, se traslada a Granada a estudiar filosofía, para darse cuenta de que su verdadera vocación era la medicina (su padre fue barbero y sangrador). Allí mismo en la capital nazarí comienza a estudiar medicina, acabando su formación en el Colegio de Cirugía de San Carlos en Madrid. Posteriormente se doctora en ciencias naturales y es nombrado supernumerario de Anatomía de la Universidad de Madrid. Aunque lo más recordado es que dada su vocación docente fundó y regentó en su propia casa de la madrileña calle Atocha un Instituto Biológico en el que se formaron cientos de alumnos, algunos, futuros médicos y científicos. Tras su muerte, acaecida en su ciudad natal a los 72 años de edad, (14 de marzo de 1888) dejó varios legados, entre otros el instituido en la Sociedad Económica de Amigos del País que lleva su nombre para la adjudicación de un premio al "buen padre" y "al buen hijo", el que instituyó en la Facultad de Medicina para ser otorgado entre los estudiantes del primer curso de Anatomía y el constituido en la Academia de Medicina y que se concede a la mejor memoria presentada sobre un tema relacionado con la Anatomía.

Con respecto a la calle, es de las más antiguas de la ciudad, ya que unía la mezquita aljama con la medina andalusí. Recorre rincones añejos de sabor antiquísimo, monumentos como la trasera de la Iglesia de San Juan y fantasmas como el desaparecido Convento de la Coronada, ubicado en la Plaza Rosales. Entre su realidad destaca la Escuela de Arte José Nogué, (en el solar de otro fantasma, el antiguo Convento de Santa María de los Ángeles), la Hornacina del Cristo de la Salud, la Casa de la Justicia, la Casa donde habitó Emilio Cebrián (el número 15), la Casa de los Condes de Pozo Ancho y otros edificios anónimos de antigua solera. Como curiosidad, todavía se conservan a modo de callejón sin salida (frente a la calle Calvario), los escalones de la desaparecida Casa Grande. La Casa Grande es la última denominación con que popularmente fue conocido un edificio, entonces casa de vecinos, situado entre las dos calles Maestras, la Baja y la Alta (actualmente calle Almendros Aguilar). Fue una notable residencia solariega, de patio de vecinos soportado y columnado, según parece levantada a principios del siglo XVI, para dar su alma a la piqueta en época cercana, los años 70, que tan mal sentaron a la piel monumental de la ciudad del Santo Reino...

Así, si vais por una calle de Jaén, sea cual sea, haceros siempre una pregunta extraña sobre algo de la propia calle, un edificio, una fachada, un comercio o un bonito rincón, o sobre el porqué o el qué o a quién debe su nombre, mirando la placa en sus esquinas. Ayudad, con lo poco o mucho que sepáis, a rescatar los nombres de nuestras calles olvidadas.