Decisiones

    08 mar 2020 / 10:11 H.

    Intenta mantener la calma...”, estas eran palabras manidas que se escuchan en las películas y que son escasamente aplicables a lo que me estaba ocurriendo. Yo las repetía una y otra vez dentro de mi cabeza acompañándolas de un movimiento de labios, esperando así encontrar la solución: (intenta mantener la calma, intenta mantener...). Pese a todo todavía tuve el aplomo de consultar en un foro, para dar solución al problema que tenía. Aparecieron infinidad de foros, porque Google no falla, y elegí el más rápido. Me exigió un registro con correo electrónico además de aportar un usuario y contraseña de ocho caracteres, dos de ellos números. El tiempo corría. Cuando apareció el recuadro para escribir se desató en la pantalla del móvil una cascada de “banners” (banderolas que te dirigen a otro lugar web) y de pop-up (ventanas emergentes) que hacían imposible describir mi problema. Decididamente piqué en un banner que se nominaba como “Emergen Font”. Aunque el teléfono comenzaba por un nueve cero dos pulsé sobre “llamar ahora”. A los tres tonos escuché la alocución: “Ha contactado con Emergen Font, en breves momentos le atenderemos”. Y entró la melodía “somewhere over the rainbow” (algún día sobre el arco iris). Cuando se cortó, una voz grave y amable dijo un nombre que no entendí y después escuché claramente: “¿En qué le puedo ayudar?”. Yo resumí mi problema: “Estoy en un cuarto de baño ajeno y he utilizado el inodoro comprometidamente (deposición). Al pulsar el agua ha subido el nivel del líquido dentro de la taza, pero no se ha vaciado. Está a punto de rebosar. Con la escobilla he intentado ayudar, pero ha quedado atrapada en la salida y se ha roto el mango. Necesito desatrancar el váter discretamente, no quiero que el anfitrión se entere, me va en ello una cuestión importante. ¿Me he explicado?” Y la voz siguió con su aplomo: “Se ha explicado perfectamente, Emergen Font, Emergencias en Fontanería, está para estos problemas”. Seguí las instrucciones que me fue dictando. Me quité la camisa para no mancharme y arranqué la escobilla. A continuación, tomé una toalla y la sumergí hasta el desagüe de la taza y la manipulé de arriba abajo, como si fuera un desatascador de ventosa. Y después sonó un ilusionante glogló largo y ronco. Y el agua se fue. Después, tal como me dijo, aclaré y escurrí la toalla y la dejé en el fondo de la ducha. Uní el mango de la escobilla con jabón y salí. Al llegar a la mesa, quien iba a ser mi jefe me dijo, bajo la seductora sonrisa de su mujer: “Perdona, pero se nos ha olvidado decirte que el primer cuarto de baño está atascado. ¿Ha habido algún problema?”. Contesté jovialmente que ninguno. El empleo fue mío.