De Capuchinos y docentes

20 oct 2019 / 12:15 H.

La Alameda de Capuchinos es de las mejores estampas de nuestro Jaén, donde el caprichoso devenir del tiempo se da un respiro para dejar volar la imaginación de quienes por allí nos place deambular, preferiblemente en otoño, el otoño de Jaén, revoltoso amigo del viento nostálgico, que nos mece entre el rumor de la arboleda susurrante y el juego infantil de las hojas que por allí revolotean a su antojo.

Este singular paraje recibe el nombre popular, con permiso de Adolfo Suárez y José Calvo Sotelo, porque los monjes Capuchinos en el lugar establecieron casa conventual, por entonces extramuros de la ciudad en el siglo XVI, y aquí estuvieron hasta 1836 en que se demolió la edificación al amparo de la ley de desamortización de Mendizábal. Por cierto, las viejas piedras derruidas sirvieron para levantar la antigua plaza de toros, en el mismo solar que ocupa el coso actual.

Como único recuerdo y testimonio del paso de esta orden religiosa por la Alameda, sólo queda la imagen de la Divina Pastora en una pequeña hornacina en el muro del convento de las Bernardas, advocación creada en la ciudad de Jaén por los Capuchinos a principios del siglo XVIII, con fuerte arraigo hasta nuestros días, que se mantiene con viva y vistosa celebración.

Esta zona de la ciudad, la Alameda, huele a pasado, a recuerdos, a vivencias de nuestro ayer, a pura Historia... Cuántas sensaciones podemos agolpar más de un jiennense por San Lucas, al ir o venir del Hípico a la Feria, con parada obligada en la fuente adosada al convento de las Bernardas, para calmar la sed en aquellos caños generosos, bajo la sombra maternal de un gran sauce llorón. O en inolvidables noches de fragancia ajazminada dejarse llevar por la fantasía al pie de la pantalla del cine en la plaza de toros, con personajes legendarios, hoy casi olvidados: Fantomas, Drácula o Fumanchú.

Como testigo secular de su intrahistoria, a un paso de la Puerta del Ángel, el colegio “Jesús María" se fundió con este entorno natural desde su elegante factura modernista, abrigándolo con calor humano, el de cientos de almas infantiles que por aquí pasaron, y aún hoy podemos escuchar a media mañana en plena ebullición lúdica de vida, noventa y cinco años después de abrir sus puertas.

El 1 de septiembre de 1924 se inició la actividad docente con la constitución de la Escuela Graduada de niñas, bajo la dirección interina de doña Joaquína Montesinos, por indisposición de la directora propietaria, doña Julia Clara Crespo. Así empezó todo.

Hasta 1955 la institución contó con mucho más espacio, al disponer de todo el lateral derecho de la Alameda, es decir, el antiguo huerto capuchino, una generosa zona verde que en el citado año vino a expropiarse para ubicación del hoy desaparecido Campo Hípico "General Cuesta Monereo".

Sorteando todas las vicisitudes del soplo de los tiempos, al socaire de distintos regímenes e ideologías, el colegio resistió este empuje, madurando en experiencia con el paso de los años.

Desde que nació, el colegio “Jesús María" nunca ha dejado de impartir clases en sus vetustas aulas, donde sucesivos funcionarios docentes ejercieron y ejercen su encomiable labor en una de las profesiones más bellas del mundo y también de las más importantes. Llegando hasta nuestros días un centro moderno, inclusivo y ejemplar, para orgullo del Jaén del siglo XXI, que verá cómo sus alumnos de hoy serán hombres y mujeres del mañana, preparados para recoger el testigo y tomar las riendas de nuestro futuro.

Ser maestro en este centro escolar es un orgullo para mi amigo Juan Eduardo, del que con tanto cariño me habla cuando comentamos cualquier cosa de su trabajo. Y no es casual que con el encantador dibujo que aquí puedes admirar, querido lector, haya comenzado esta serie de rincones deliciosos de las tierras del Santo Reino.