De arjonillero a varsoviano

Antonio José Peña todavía mantiene sus amigos en su pueblo y en Jaén y, aunque espera regresar a España algún día, se desenvuelve bien en una gran ciudad, donde forma una nueva familia y trabaja como ingeniero

10 ene 2016 / 10:46 H.

Antonio José Peña Uceda, de 30 años, nació en Arjonilla, pero su vida, actualmente, está en Varsovia, la capital de Polonia, a nada más y nada menos que unos 3.200 kilómetros del pueblo donde creció y más o menos a la misma distancia de Jaén, donde pasó gran parte de su juventud. Está casado con Ula, como llama a cariñosamente a Urszula, una rubia polaca de la que espera un hijo. A pesar de la distancia, sus amigos más cercanos son arjonilleros. Estudió Ingeniería Técnica Industrial en la antigua Escuela de Peritos de Jaén, que añora como tantos de los que la conocieron, y estas enseñanzas le permiten ganarse la vida en el norte de Europa. Pero entre la capital del Santo Reino y su nuevo destino hay varias paradas, como Málaga, donde logró el título de Ingeniería en Automática y Electrónica. Este momento de su vida es crucial, ya que, en la Costa del Sol, conoció a su mujer, que disfrutaba de una beca Erasmus para continuar con sus estudios de Psicología y Marketing en España.

Al año siguiente, ella volvió a su lugar de origen y él comenzó a trabajar en una pequeña empresa del municipio toledano de Méntrida. “Fue un año duro”, recuerda. Eso sí, los precios tan económicos de las compañías aéreas “low cost” hicieron la separación más llevadera. “Recuerdo haber pagado unos céntimos de euro por un vuelo entre Varsovia y Madrid. Ya no se pillan esas gangas”, recuerda.

Ula regresó a España después de esta etapa lejos de Antonio José Peña. Y la pareja se fue a vivir junta a Barcelona. En Cataluña cogieron una gran experiencia laboral. Un lustro después, decidieron hacer las maletas otra vez y se marcharon a Varsovia, un nuevo momento vital que comenzó en febrero de 2015, hace ya casi un año. “La verdad que el cambio no fue complicado. Habíamos encontrado el trabajo antes de venir y el hecho de que mi mujer sea polaca hizo que todo fuera mucho más fácil”, aclara. Y eso que, como reconoce, el idioma del país del Papa Juan Pablo II es muy difícil; de hecho, precisa que se considera una de las lenguas más difíciles del mundo. “Fonéticamente es todo un reto, ya que puedes encontrarte palabras con muchas consonantes seguidas. Por ejemplo, Wrzeszcz, un barrio de Gdansk, ciudad al norte de Polonia; es casi imposible pronunciarlo correctamente”, comenta entre risas.

Eso sí, aunque no le costó la mudanza, deja claro que la vida entre varsovianos es bastante diferente a la de Jaén. Uno de los cambios más notables es el horario solar. Los dos países tienen diferente huso horario, aunque la hora oficial sea la misma. Esto hace que, en verano, pueda llegar a amanecer a las cuatro y media de la madruga, como explica, y, en invierno, la puesta de sol llegue a las tres y media de la tarde. Además, por mucho que salga el “Lorenzo”, no calienta como en España. Polonia, dice, está mucho más al norte y los rayos no son tan perpendiculares. Ello da lugar a otra de las grandes diferencias, las temperaturas. En invierno, lo normal es estar bajo cero, los 17 grados centígrados negativos no son ninguna barbaridad en esta tierra. Menos mal, aclara, que la nieve da lugar a preciosas estampas y que la vida, aunque helando, continúa. Por el contrario, los veranos pueden ser lluviosos y raramente se superan los 30 grados, apostilla. “En general, la época estival es muy agradable, si la comparamos con las altas temperaturas a las que estamos acostumbrados en Jaén. Si alguien quiere escapar de los 40 grados en julio y agosto, Polonia es un buen destino”, sostiene. Otra de las distancias abismales entre Arjonilla o Jaén, su otra ciudad, es la población, Varsovia tiene 1.750.000 habitantes.

el español y el aceite

Antonio José Peña cuenta con una ventaja en Polonia: el español allí está de moda, con muchos hispanohablantes, aunque, como prácticamente en todo el mundo, el idioma que predomina es el inglés, como reconoce. “Tengo que tener cuidado con lo que digo en la calle”, bromea este arjonillero. Pero que muchos hablen su lengua no le libra de echar de menos a la familia, a los amigos y su pueblo. “Algún día volveremos. Por ahora toca disfrutar de este precioso país”, deja claro. Eso sí, el tiempo que esté, como buen jiennense, hará de embajador de su tierra y su oro líquido. “Me dedico a recordarle a los polacos dónde se produce el 40% del aceite mundial. La mayoría de ellos piensa que es Italia o Grecia. Esto nos debería hacer pensar que algo no se hace bien. Hay que hacer un poco de autocrítica y cambiar el negocio. Todo la producción debería salir embotellada”, reflexiona.

un país muy educado

“Los polacos son muy educados. Me sorprendió el hecho de que la Policía multara a los peatones por cruzar la calle fuera del paso de peatones y con el semáforo en rojo, algo que hacemos demasiado frecuente en España”, comenta el arjonillero. Eso sí, el número de muertos por accidente de tráfico es casi cuatro veces más alto que en nuestro país, como deja claro, a pesar de tener poblaciones muy similares. “Se debe al alto número de carreteras secundarias. Por suerte, el número de kilómetros de autovías crece año tras año”, aclara. Otra de las diferencias son las coberturas sociales, mientras que la baja por maternidad es de un año, con un 80% del salario; las indemnizaciones por despido son muy bajas; el máximo que puedes llegar a obtener es de 3 meses. Además, precisa, está mal visto quedarse en la oficina más allá del horario fijado.

Un rico pasado muy marcado por la unión soviética y la terrible ocupación alemana
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El edificio principal de Polonia es el Palacio de Cultura y Ciencia. Fue un regalo en la década de los 50 de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas a un país que formaba parte de sus satélites. Actualmente, precisa, se encuentra rodeado por varios rascacielos, casi de la misma altura, pero con un aspecto mucho más moderno. El 90% del casco urbano de la ciudad fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría, tras el histórico “Alzamiento de Varsovia”, en agosto de 1944, cuando la población se sublevó contra el ejército alemán. La famosa película El pianista (2002), del polaco Roman Polanski, está ambientada en estos hechos y hay un museo que lo recuerda. La ciudad de Varsovia posee numerosos espacios expositivos, la mayoría relacionados con la postguerra, como el Museo Judío o el Museo del Alzamiento de Varsovia. Allí se pueden encontrar imágenes muy duras, que recuerdan al visitante hasta dónde fue capaz de llegar el ser humano en el siglo XX. “Viene bien que existan para refrescar la memoria”, opina.

un trabajo que le permite viajar
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En Muscat, la capital de Omán, en un viaje de trabajo de tres días. En la foto, junto a compañeros destinados a Dubai y Bari y un taxista local.

una ciudad al otro lado del telón de acero
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Vista nocturna del Palacio de Cultura y Ciencia en el centro de la imagen. Este mastodóntico monumento es una prueba de que Polonia estuvo tras el Telón de Acero, la invisible frontera que separa la órbita capitalista de la comunista.

un frío que pela y que congela los lagos
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El Parque Szczesliwicki en otoño e invierno está cubierto por la nieve. Sus lagos están completamente congelados, un encanto más de esta capital del Norte de Europa.

un auténtico bosque para los vecinos
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Pavos Reales en el parque Łazienki, en Varsovia. Los espacios verdes son una de las señas de identidad de la capital de Polonia y un patrimonio que cuidan mucho sus vecinos.