Con una doble vida

Cambiaron el nombre de una cañada real para bautizarla con su nombre, los Serranos, trashumantes que son pastores del conocimiento, el que trasladan desde la Sierra de Albarracín hasta las dehesas de Sierra Morena

20 dic 2015 / 10:28 H.

Se casó de noche, en El Porrosillo, pedanía de Arquillos, y lo celebró con la luna como testigo. Su mujer dio a luz a su segunda hija la misma noche que llegó a Sierra Morena, diez días antes de lo que estaba previsto y como consecuencia de un accidente que a él le pilló por el camino, con sus ovejas. Ni para ejercer su derecho y deber como ciudadano dispone de tiempo. Ha de ajustarse a las dos horas que abre la oficina de Correos para poder votar. Así es el día a día de Ismael Martínez, uno de los trescientos pastores trashumantes de largo recorrido que quedan en España, y que se deja la piel por defender su trabajo, que es una filosofía. Una doble vida que le hace estar seis meses en Guadalaviar (Teruel) y otros seis en Sierra Morena. Dos casas, dos hipotecas, a dos aguas entre Vilches y Arquillos, y kilómetros que le distancian de sus seres más queridos. Así lleva desde los 14 años y no lo cambiaría por nada.

No se le olvidará el día que empezó a “andar” por las vías pecuarias. Fue un 6 de noviembre, su cumpleaños. Lo hizo de la mano de los hermanos Lahoz, pero, en lugar de trasladarse hasta Andalucía, lo hicieron a la zona de Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Su abuelo materno y su padre hacían la senda también, pero las condiciones han evolucionado con el paso del tiempo, lo que, a su juicio, tiene “sus más y sus menos”. Sus dos hijas, de 17 y 12 años, viven y estudian en Jaén, junto a la Dehesa de las Yeguas. Porque no hay que olvidar que tanto él como su hermano, Vidal, acabaron casándose con jiennenses. “Los míos están casi todo el año aquí. Mi mujer —Ana María Jiménez— va una vez al mes a Guadalaviar, además de en agosto, con las vacaciones. Mis hijas no me ven mucho, pero cuando lo hacen les da una gran alegría”, explica, algo emocionado porque ya son 23 años igual, y los que quedan. Es la empatía que muestra un pastor sensible, al que algunos llaman “el poeta”, pero que tiene un perfil que más se asemeja al de un filósofo curtido por cuarenta años de profesión. Sobre todo por el trasfondo de su trabajo que, como él mismo defiende, es el de “trasladar cultura de un lugar a otro”.

“El oficio de pastor tiene algo que engancha, vivimos de ello, pero no para tirar cohetes. Es muy sufrido. Solo hay que pensar que empecé con 14 años, tengo 53 y aquí estoy, desde el primer día. No he tenido ni un día libre, hasta me tuve que casar de noche”, ironiza. Lo hace a la vez que asegura, con más solemnidad, que son una “especie en extinción”. Por eso, no se cansará de defenderla.

Mientras contesta, con paciencia y acostumbrado a lidiar con periodistas, llena una bañera acompañado de Comanechi, su perra, que no deja de dar vueltas a su alrededor. Es el momento de hacer un viaje en el tiempo y de dar una lección de historia. “La trashumancia tuvo su auge entre 1300 y 1700. Fue cuando nacieron las mestas”, relata. Uno de sus personajes admirados es Alfonso X, que les otorgó muchos privilegios, a consecuencia de que la lana merina era la primera fuente de ingresos nacional. De hecho, fue el primer proyecto nacional que cotizó en bolsa, en la de Amsterdam. “La vendíamos a Holanda e Italia y no podemos olvidar que todas las ovejas merinas del mundo parten de España. La de los ingleses porque se las regalaron los Reyes y se las llevaron a las Maldivas, y las de Francia, porque se las llevó Napoleón”, relata, como si fuera un profesor de historia. A ojos de este turolense, para evitar la desaparición del pastoreo de largo recorridotendría que resucitar Alfonso X o que las administraciones dieran incentivos a los más jóvenes, para que se motivaran. “Hay 18 millones de ovino, una minoría y desaparecen cada vez más, pero nosotros no tenemos la sartén por el mango”, lamenta.

Experiencia para relatar la historia no le falta porque, de vez en cuando, Ismael Martínez va a los colegios de El Condado a explicarles a los pequeños qué es la trashumancia. “Pero eso no es lo mío. Nuestro papel está aquí”, confiesa. En estas charlas, y siempre que puede, defiende el trabajo medioambiental de la trashumancia, una forma de vida y un sistema cultural. Gracias a su labor se hace un aprovechamiento alternativo de la diversidad de pastizales de la Península. Es un sistema de gestión de los recursos naturales y de interrelaciones culturales, sociales, económicas y biológicas que modela los paisajes de España y ayuda a su cohesión. “Somos los podadores del monte, de la sierra, pero no nos lo reconocen. Por ejemplo, nos encajan en un sistema de ayudas como si fuésemos ganadería intensiva y no tiene nada qué ver. No encajamos”, alerta.

Las formas de ejercer la trashumancia también han cambiado con el paso de las décadas. En los tiempos modernos, fue desapareciendo. Con la llegada de la época más contemporánea y el ferrocarril, el sistema cambió mucho. Se embarcaba el ganado para trasladarlo de un pastor a otro. Pero, allá por la década de los 90, desapareció este sistema. “Entonces tuvimos que volver a las andadas, nunca mejor dicho, y aquí estamos”. Y desde entonces, su trayecto de 24 días, junto con su hermano Vidal y el de sus primos Jorge y Arturo Soriano —que componen la sociedad— pocas veces lo hacen solos.

Al atractivo que su camino supone a los periodistas, se les suman, esta vez, los estudiantes del Grado de Veterinaria de la Universidad de Zaragoza. Su despedida siempre es la misma: “No seáis muy duros con los pastores”. Y lo dice un hombre que representa la esencia de las trashumancia, capaz de sacrificar su vida personal por el ganado. “Mi mujer me ha llegado a decir que quiero más a las ovejas que a ella”, bromea. Pero no acaba de ir mal encaminado. Para certificarlo, nada mejor que una anécdota. Ismael Martínez está incluido en la lista que tiene el Instituto Nacional de Estadística para hacer encuestas. Lo llaman todos los meses, siempre con la misma pregunta: saber dónde ha viajado. “Mi respuesta no varía: Yo solo hago dos viajes, uno para arriba y otro para abajo, nada más”. Y así es la vida del pastor de largo recorrido, una profesión sacrificada y, en ocasiones, poco recompensada. Porque solo hay que ver las cifras que se manejan. El alquiler de cada dehesa ronda los 30.000 euros por un año. “No es un precio fijo, sino que se lo lleva el mejor postor”, explica el turolense, que se atreve a dar los precios del arrendamiento porque son terrenos municipales. Ellos tienen alquilados cinco, una pequeña parte de las hectáreas que utilizan esos trashumantes para dar vida a una tradición que está en vías de desaparición, si nada o nadie lo impide.

24 días en el camino
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Las fechas no fallan y cada 24 de noviembre, haga frío, calor, llueva o nieve, los Serranos entran en Sierra Morena después de 24 días de un largo trayecto. Jornadas maratonianas, duras, en las que te puede tocar cualquier cosa, como asevera Ismael Martínez. Por tocar, hasta turistas o curiosos de cualquier parte del mundo. Cuando cae la noche, llega el momento de hacer leña, de colocar las tiendas de campaña y comer al calor del fuego. Eso por las noches, porque durante el día, el morral para comer sobre la marcha. Motosierras, leña, baterías, corrales eléctricos, ganchos, pienso para perros, las “quechuas”, son su equipaje.

Lecciones que marcan

Inés, Cristina, Alexandra, Fran, Silvia, Anna, María, Eva, Emilio y José Luis son estudiantes de quinto de la Facultad de Veterinaria de Zaragoza que, este año, acompañaron a Vidal e Ismael Martínez en su viaje desde la sierra de Guadalaviar hasta Vilches, a la Dehesa de las Yeguas. Acompañan al rebaño trashumante en su caminar desde la Sierra de Albarracín (Teruel) hacia las estribaciones de Sierra Morena. El objetivo, vivir en primera persona la problemática y la complejidad que supone transportar a más de tres mil ovejas hasta los nuevos pastos, donde permanecerán seis meses. Seiscientos kilómetros que son una lección.

Detalles del trayecto
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Es un camino que hacen dos veces al año, siempre en las mismas fechas, por décadas que pase. Parte de Guadalaviar —Teruel— y para el 24 de noviembre llegan a Vilches. Hace tres años, sin embargo, se retrasaron. Las ovejas tuvieron una subida de azúcar porque durante su discurrir por La Mancha comieron demasiadas uvas. “Tuvimos que ponerle medicación en vena y perdimos una jornada”, recuerda Ismael Martínez. Pero, si no surgen contratiempos, los 580 kilómetros se andan con precisión milimétrica. Esta vez, participaron 32 alumnos de la Facultad de Veterinaria y 8 profesores divididos en cuatro turnos.

El tiempo, su enemigo

El otoño jiennense de 2015 pasará a la historia por ser especialmente seco, un fenómeno del que no solo se resiente el mar de olivos. Ismael Martínez, su hermano y sus primos —los Serrano— también se ven perjudicados por lo que se comenta que es un cambio climático. “El otoño nos está jugando una mala pasada. Parecía que la estación del año iba a ser muy maja, con la llegada de las primeras lluvias, pero, ahora, se han secado, por lo que habrá que ayudar a las ovejas con pienso”, relata. Y es que los pastos se secan y el ganado no tiene con qué alimentarse, lo que a la postre supone un incremento de los gastos.