Cómo ardía Barcelona
Fue anoche,
anoche ardía Barcelona.
Los árboles, en las avenidas
que conocí de la mano de alguien,
los bancos donde nos sentamos,
las calles que juntos recorrimos.
Anoche ardía Barcelona.
Las llamas lamían los semáforos,
acariciaban los adoquines,
abrazaban los contenedores,
y los coches y los recuerdos
de quienes compartimos una ciudad
que anoche perdía la paz y la cordura.
Anoche ardía Barcelona,
la Barcelona de Gaudí y de Picasso,
la Barcelona literaria de Mercè Rodoreda,
de Juán Marsé, y la de Andrea en Nada,
y la del Quijote y de la sombra de un viento
que arrastraba las columnas de humo al cielo.
Anoche ardía Barcelona.
Mientras seres humanos, en sus casas,
se espantaban de la luz de las hogueras
que provocaban en las calles las bestias,
los monstruos, los seres informes
cubiertos de oscuridad y de odio.
Anoche ardía Barcelona,
la ciudad que todos compartimos,
y todos lloramos su decadencia
con lágrimas o sin ellas,
con gritos o sin ellos,
con la garganta seca de no entender nada,
de no entender por qué debe arder Barcelona
¿Quién en su sano juicio quiere hacerla
un promontorio de piedras y cenizas?