Clasificación de los palos

16 abr 2016 / 19:15 H.

Cuántos palos hay en el flamenco? Esta es una pregunta que he de confesar que no sé responder. Algunos de ustedes puede que se hayan quedado un tanto extrañados ante mi respuesta, pero no me queda más remedio que aceptarlo en público.

¿Acaso es imposible saberlo? No, nada en esta vida es imposible, lo que ocurre es que la mayoría de esos “palos desconocidos” no son más que ciertos localismos o variaciones sobre palos ya existentes, así que espero que cuando dé por finalizada esta parcela del flamenco, se comprenda mejor mi “desconocimiento” de los palos flamencos.

Y una vez metidos en harina, comenzaré por decir que de las múltiples formas de agrupar los palos flamencos, todas y cada una de ellas aporta una visión diferente y, en ciertos puntos, clarificadoras de algunas vertientes del flamenco. A la par tengo que decir que todas y cada una de ellas contienen graves errores y aunque esto parezca una gran contradicción, espero poderlo aclarar. Para comenzar con las diferentes formas de clasificar los múltiples palos, comenzaré por la que hicieron Antonio Mairena y su amigo y colaborador Ricardo Molina, en su obra: “Mundo y formas del cante flamenco.” En realidad tendría que haber escrito: “La clasificación que realizó Mairena” ya que la colaboración del escritor y poeta Ricardo Molina fue exclusivamente la de dar forma literaria a las teorías de mairenistas. En todas y cada una de las clasificaciones que iremos viendo hay un matiz ideológico (en algunas más visible que en otras) y, por tanto, comenzaré por aclarar que Antonio Mairena era un tanto racista con los castellanos en esto del flamenco y así él defendía que el origen del flamenco se encuentraba en las tradiciones y costumbres antiguas de los gitanos, dejando por tanto totalmente desplazados a los no gitanos, o lo que dicho con su habla nos denominamos los gachós. Una primera clasificación fue tan escueta, que de haber sido cierta estoy seguro que el flamenco no habría llegado hasta nuestros días pues para Mairena el “flamenco auténtico y verdadero” arrancaba de dos grandes apartados bajo la denominación común de “Cantes de origen gitano”.

El primer grupo de este esquema lo denominó: “Primitivos, (primera mitad del siglo XIX)” y en este bloque incluía: seguiriyas, tonás, corridas o romances y alboreás. El segundo bloque denominado: “Recientes (segunda mitad del siglo XIX)”, estaba formado por: soleá, tangos y bulerías.

No seré yo quien le quite importancia a las aportaciones del pueblo gitano en esto del flamenco, pero sí que diré que nada de lo que dijo Mairena, para avalar su clasificación y racismo encubierto, tenga base histórica alguna, ni desde el mundo de las tradiciones y ni mucho menos desde el de la documentación histórica. Puede ser que una vez que vio cómo este “Mundo del flamenco” se quedaba excesivamente pobre, se le ocurrió decir que las livianas son una derivación de los cantes antes enumerados, así como el polo o la caña. Aun así se quedaba bastante pobre el flamenco y volvió a añadir las bulerías y los tangos, siempre considerados meros apéndices de los que él nos presentó como “Cantes gitanos”.

En algunas ocasiones, los periodistas, “que no dejan de importunar a los famosos”, le preguntaron a Mairena que contara eso de que los romances o corridos venían de los antiguos romances gitanos que habían traído su pueblo desde la India, allá por el año 1415, fecha del primer documento conocido y conservado.

Como ya he dicho, algunos periodistas le pidieron que les hablara de dichos romances, a lo que Mairena respondía siempre que estos romances se habían perdido. ¿Puede un pueblo ágrafo, como era el pueblo gitano, conservar sus normas de vida, leyes, habla, tradiciones... y haber perdido de su memoria colectiva una joya de la literatura como deberían de ser, en el caso de haber existido, los romances gitanos? De todas formas alguien podría intentar tacharme de racista y anti-gitano, pues cuando se toca este tema, en la mayoría de los casos, pocos nos atrevemos a escribir lo anteriormente expuesto por tal de no correr el riesgo de ser etiquetado como racista. Pero siguiendo “dando al César lo que es del César” he de decir que Mairena, en un intento de avenirse a la razón, pero “sin bajarse del burro,” aclaró que cuando él usa el término “crear” no lo hace en el sentido teológico “ex nihilo,” sacar algo de la nada, sino en el sentido de “aportación o forja del cante” pues también reconoció que “ellos” (referido a los gitanos) no trajeron ningún cante, pues de haberlo traído habrían quedado rastros de los mismos.

Como se puede ver, las contradicciones son patentes sin necesidad de profundizar más en el tema, pero vemos que deja una ventana abierta para conjugar “su teoría” con la que defendemos algunos aficionados consistente en ver el flamenco como el producto de la evolución, a base de las diferentes aportaciones de los artistas, sean de la raza que fueren, y que año tras años han ido introduciendo cambios, estilos, adornos vocálicos... y sin olvidarnos de los flamencos más influyentes en la evolución del cante que son los tocaores, pues gracias a ellos, el flamenco se encuentra en la actualidad, no solamente vivo, sino tan evolucionado que en poco se parece al flamenco del siglo pasado.