Camino de rosas y espinas

La ruptura de la pareja es una de las experiencias más traumáticas para los menores. Hay algunas claves para que no afecte a la estabilidad emocional

20 feb 2016 / 19:38 H.

L a familia es sin duda el medio en el que se establecen las relaciones más íntimas, seguras y duraderas. Sin embargo, en algunas circunstancias la separación de los padres puede ser una medida necesaria, cuando la relación se ha vuelto muy conflictiva y puede repercutir gravemente en la salud mental de los menores. La ruptura de la pareja es una de las experiencias más traumáticas que pueden sufrir las personas, afectando tanto a niños, adolescentes como adultos. Aunque todavía hay personas que piensan que el divorcio de unos padres es sinónimo de “veneno” en el seno de la familia y consideran que hay que preservar su matrimonio “por el bien de sus hijos”, se ha comprobado que es preferible para la estabilidad emocional de los menores, unos padres separados pero felices y con buena relación entre ambos, a unos padres juntos pero que viven sin ninguna relación de amor y con frecuentes peleas.

Una vez se ha decidido poner fin a la relación de pareja, pueden surgirles a los padres muchas dudas y preguntas, tales como: ¿quién se lo dice al niño?, ¿qué le decimos?, ¿cómo?, ¿cuándo?, pues el bienestar de los hijos es un motivo especial de preocupación para los padres. Pues bien, lo más adecuado es prepararle con antelación unos días o semanas antes sobre la decisión de la separación. Ambos padres, aunque les cueste dar la noticia, son los responsables de comunicárselo y de resolver sus dudas, siempre hablándole en función de su edad y desarrollo psicológico. En esos momentos, el hijo puede reaccionar de diferentes maneras, con ansiedad, rabia, impotencia, tristeza o indiferencia. Es preferible decirle la verdad que contarle mentiras para no dañarle, pues con el tiempo apreciará la franqueza de sus padres. Hay que tranquilizarle indicando que se ha hecho todo intento para solucionar los problemas y que no albergue esperanzas de reconciliación (aunque estos deseos pueden continuar mucho tiempo después de la ruptura). Es importante que se lo comuniquen cuando la decisión es definitiva y dejarle claro que la pareja ha dejado de quererse pero que continúan queriéndole igual que siempre y que no se lamentan de haberlo tenido. Hay que trabajar con él cualquier tipo de sentimiento de culpa o abandono, por eso es necesario escucharle y que se abra con nosotros, aunque a veces no sea tan sencillo.

Se puede decir, en general, que los niños y adolescentes sufren a menudo la decisión de ruptura, pero tenemos que tranquilizarnos ya que aunque durante los primeros años tras la separación lo sientan de manera más intensa (sobretodo el primer año o fase aguda), con el paso del tiempo tiende a disminuir su dolor y a restablecerse emocionalmente el menor, pues se ha demostrado científicamente que a los dos años tras la ruptura mejora la relación padres-hijos y que a los cinco, aceptan más la separación como un hecho consumado. Cada persona es un mundo y cada niño tiene su ritmo de adaptación. No le presionemos si no avanza con la rapidez con la que desearíamos y en su lugar vamos a acompañarle en este “camino de rosas y espinas”. Por ello, es adecuado que tenga sus rutinas diarias, continúe en su misma casa y colegio y mantenga contactos regulares con su padre no custodio (teniendo siempre en cuenta lo que se haya establecido entre ambos padres o por parte del tribunal en todo caso), pues es contraproducente interrumpir los contactos del niño con el otro padre, a no ser que suponga un peligro para su vida.

Dejemos atrás las diferencias de adultos y prioricemos el bienestar emocional de los hijos en tan dura situación, pues como decía Francoise Dolto, médica pediatra y psicoanalista, “el niño debe saber que a pesar de la pena, la cólera o la frustración que siente por la separación de sus padres, ellos le aman y no rechazan su nacimiento” y ¿quiénes mejor que ellos, sus padres, para dejárselo claro?