Buzonero

    20 nov 2016 / 11:34 H.

    Buzón es una palabra, aparentemente simple, que procede de bozón (significa ariete) y ésta de bosson y ésta de bultjo, que a su vez tiene origen en el vocablo protogermánico bultaz (golpear). Es curioso como desde golpear se llega a buzón, palabra con la que convivimos y que tiene una imagen y significado claro. Octavio trabaja en la mercadotecnia directa, ya que en ese terreno puede incluirse el oficio de repartir propaganda por los buzones —buzoneo—. Octavio sería en definitiva un buzonero.

    El nombre de Octavio fue puesto por su madre, por ser la octava y última de sus concepciones, aunque los nacidos vivos fueran cuatro. Octavio, con los estudios primarios escasamente aprendidos, inició su vida laboral en un taller de motos, petroleando motores y haciendo recados a las tiendas de repuestos. “Tendrías que hacer maestría industrial”, estas fueron las palabras del oficial del taller. Octavio, que no llegó a entender la diferencia entre motor de dos y cuatro tiempos, cambió las motos por una tienda de ultramarinos con el nombre: “El sol se pone todos los días”. Repartía pedidos con una bicicarro de cajón delantero. Tardaron dos años en desaparecer los tatuajes que la grasa de las motos dejaron en sus manos y uñas. “Deberías sacarte el carnet de conducir”. Estas fueron las palabras del dueño de la tienda mientras ponía, a la entrada, carteles de la cadena Spar. Después vino, siempre como repartidor, una imprenta, la floristería y una serie de almacenes dedicados a materiales de construcción, bebidas, muebles, ferralla, logística de supermercados y piensos. En todos los trabajos siempre hubo un momento en que el jefe le decía: “Deberías hacer... o deberías sacarte...” y a continuación se producía el despido con meses y meses de paro entre un empleo y otro. Y finalmente llegó lo del buzoneo. Al entrar preguntó: “¿Me puede decir qué es lo que debería hacer?”. El jefe se limitó a decir: “Hay muchos trabajos en el mundo, pero este es el tuyo”. Aquello le dio seguridad.

    Todas las madrugadas llega a un determinado barrio una furgoneta llena de propaganda impresa. Octavio carga un carrito con cien kilos de peso y dos bolsas en bandolera de veinticinco kilos cada una. Mecánicamente llama a los porteros automáticos: “Publicidad!!!”. De portal a portal hace parabriseo (dejar un folleto en el parabrisas de los coches). Algunos edificios se defienden de la publicidad colocando una cesta en el mismo portal para que los buzoneros la dejen allí, pero su empresa quiere que entren y lo dejen en los buzones. Octavio vence entonces el obstáculo llamando y diciendo: “Ayuntamiento”, “Contadores” o “Gas”.

    Una vez en los buzones, algunos reventados por los folletos, deja la publicidad: Cuadernillos colorados con las ofertas de los supermercados. Tarjetas de fontaneros con móviles que nunca responden. Cerrajeros las 24 horas. Vehículos de ocasión. Una peluquería nueva. Dietas, liposucción y colágeno. Depilación. Implantes dentales. Preparación de oposiciones. Regalos fáciles. No le han dicho lo del “Deberías hacer....”, pero lo cierto es que cada día le pagan menos.