Arte sacro que evangeliza

La exposición de obras de arte de la Catedral constituye un interesante reclamo para los visitantes del mayor y más importante templo de la provincia de Jaén, joya del Renacimiento

04 feb 2018 / 11:29 H.

Alo largo de 2017 la Catedral de Jaén recibió unas 40.000 visitas. La mayoría de ellas de grupos organizados procedentes de fuera de la capital y de la provincia. Unos incluyen a la Catedral dentro de su itinerario de visitas a Jaén, en el lote de la baraja turística que es sota, caballo y rey: Catedral, Castillo y Baños Árabes. Otros lo hacen a tiro hecho, interesados por el emblemático edificio que es joya arquitectónica y modelo del Renacimiento andaluz, en el que se inspiraron, en su día, otros templos de Iberoamérica. Los visitantes fueron, fundamentalmente, turistas de otras provincias y visitas concertadas de pensionistas, asociaciones, colectivos, colegios e institutos. Si el continente, diseñado por Andrés de Vandelvira, es espléndido, el contenido, para quien acude por primera vez, puede resultarle una caja de gratas e inesperadas sorpresas.

Una de las “joyas” que atesora y custodia la Catedral de Jaén es su Exposición Permanente de Arte Sacro. Antes se la conocía como Museo Catedralicio, pero a comienzos del nuevo milenio, a partir del 23 de febrero de 2001, siendo obispo de Jaén Santiago García Aracil, se cambió la denominación por la de Exposición Permanente de Arte Sacro. Hasta entonces, en este espacio se mostraban las piezas de arte de forma arbitraria e incluso caótica, sin un discurso coherente, pero a partir de esa fecha, entre unas y otras plasman un mensaje cuyo objetivo es que impregne a quien las contempla.

La exposición está dividida en cuatro partes, que van desde el Antiguo Testamento, hasta el Nuevo que es el más amplio. Los contenidos se engloban en estos cuatro títulos: Dios Padre, el Dios de la Historia; Dios manifestado en Jesucristo; El Espíritu de Jesús anima a su Iglesia, y Jesucristo: El Salvador, punto Omega de la Historia.

Panteón de los canónigos. El panteón de los canónigos, que alberga la Exposición Permanente de Arte Sacro, fue la primera zona construida por Andrés de Vandelvira en la Catedral. Este espacio funerario, destinado a alojar los restos mortales de los miembros del cabildo que pidieron ser enterrados allí. Todas las obras de arte que en él se exponen forman parte de los fondos de la Catedral. Los integran pinturas, esculturas, libros corales y orfebrería. Se pueden contemplar piezas de alto interés artístico como el relieve de “La última cena”, una pieza datada a principios del siglo XVI y atribuido a Gutierre Gierero o Jerónimo Quijano; o la talla de “San Lorenzo”, de la segunda mitad del XVI, atribuida a Sebastián de Solís, o “San Diego de Alcalá”, de autor desconocido del siglo XVII.

Otras piezas de interés son el pie para el cirio pascual y el tenebrario del maestro Bartolomé, de principios del XVI. En el oficio de tinieblas, en el tenebrario, se utilizaba una vela de cera blanca que representaba a Jesucristo, que era ocultada tras el altar para representar con ello su sepultura y desaparición momentánea del mundo.

A Sebastián de Solís se atribuye el magnífico relieve de la “Adoración de los Reyes Magos”. Con la celebración del Concilio de Florencia, en 1439, el emperador bizantino Juan VIII se trasladó a esta ciudad para recabar ayuda contra los turcos. Los fastuosos vestidos de los bizantinos sirvieron de modelo para los vestidos de los Reyes Magos en el Renacimiento más temprano.

La antigua capilla del panteón la preside un lienzo, el “Cristo del Desamparo y Jesús abandonado”, realizado hacia 1660 por encargo del cabildo, del jiennense Sebastián Martínez Domedel, quien llegó a Madrid una vez fallecido Velázquez y del que nada se sabe de su formación pictórica, aunque hay quien asegura que Felipe IV lo hizo su pintor. En todo caso, Sebastián Martínez fue un artista importante en la pintura española del momento.

Entre otras obras destacadas por su autoría se puede contemplar la “Virgen de la Cinta o Sagrada Familia”, de Pedro Machuca, pintada hacia 1520, cuando el pintor estaba recién llegado de Roma. “La Virgen de la Cinta”, es en realidad una “Sagrada Familia”, donde Machuca hace gala del dominio del lenguaje de Rafael y se detectan influencias del español Alonso Berruguete y de otros pintores italianos. Como curiosidad, cabe señalar que Pedro Machuca participó, en 1548, en la reunión de arquitectos convocada por el cabildo de Jaén para la construcción de la nueva catedral y presentó su proyecto, pero no fue seleccionado, ya que el que se eligió fue, como se sabe, el de Andrés de Valdelvira.

Otra de las obras que se exhiben es “Los desposorios de la Virgen y San José”, del pintor mexicano Cristóbal de Villalpando. Esta obra hay quien la encuadra dentro del neomanierismo. A la derecha, incluida María, hay un grupo de ocho mujeres y, en la mitad derecha, otro de seis hombres. Los dos personajes de los extremos miran hacia el espectador, como invitándolo a ser testigo del acontecimiento.

También hay obras en las que se percibe la influencia de grandes pintores como la “Cabeza del Bautista” que recuerda a Juan Valdés Leal. Pero el pintor sevillano también está presente en esta colección pictórica de la Catedral de Jaén con un magnífico óleo, “Fernando III”. Se trata de un óleo sobre lienzo, en el que el rey castellano está representado con un atuendo pomposo, más propio de un monarca de la Casa de Austria, que era la que reinaba en esos momentos. Valdés Leal hace en este cuatro una alusión a la vinculación del rey conquistador y la ciudad conquistada por él, Jaén. En el cuadro aparece una ciudad idílica, con casas, palacios y torres y un castillo que se yergue sobre el cerro de Santa Catalina. Dignos de mención es también el óleo de “San Andrés” de José de Ribera, o los que hay sobre “Santo Tomás de Villanueva”, “San Agustín” y “San Francisco de Asís consolado por un ángel”.

A pesar de los sucesivos repintes, la pintura más antigua es la Virgen de Gracia, el estandarte que en el primer tercio del siglo XV enarbolaba el obispo Gonzalo de Estúñiga en sus escaramuzas contra los musulmanes granadinos. Al ardor guerrero de esta representación de la Virgen pone el contrapunto de serenidad y paz María con el Niño, de indudable gusto italiano. En la cripta propiamente dicha se ubica un cuadro de Sebastián Martínez que representa el triunfo de la Inmaculada y es conocido popularmente como la Virgen de los compadres, por estar representados en la zona inferior Adán y Eva. En este mismo espacio se puede contemplar una rica arqueta mudéjar y diversas piezas de orfebrería, como la custodia gótica y diversos cálices.

María. Las imágenes de la Virgen María, de diferentes siglos, abundan en la exposición. Desde los primeros siglos de la Iglesia, los cristianos estaban convencidos de que la Virgen María, por ser la madre de Dios, gozó de una naturaleza privilegiada al ser sin pecado concebida y, por tanto, estar exenta del pecado original. Esa creencia llegó a ser dogma de fe en 1854, de ahí que haya sido plasmada en el arte de diferentes maneras. En la exposición puede verse un enorme lienzo, con María embarazada, al que se denomina “Virgen de la Esperanza”, “Virgen de la O”, “Expectación de Nuestra Señora” o, popularmente, “La Virgen de los compadres”. La obra es del pintor jiennense Sebastián Martínez Domedel.

Los libros corales, el arte en miniatura
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En la exposición destacan los libros corales y de entre ellos, el misal del cardenal Esteban Merino (1523-1535). Este fue un periodo esplendoroso para el arte en Jaén, ya que este prelado no solo fue un mecenas de la arquitectura, sino de otras artes, como la miniatura de los libros corales, que Merino comisionó pródigamente para la Catedral jiennense. Uno de estos libros corales, el cantoral número 40, de autor desconocido, es una auténtica joya. Una de esas miniaturas muestra a la Verónica, el Santo Rostro de Jaén, ya que la etapa del cardenal Merino, en la capital del Santo Reino, supuso un florecimiento de la devoción al Rostro de Cristo y, el relicario, fue uno de los principales motivos que el cardenal esgrimió para obtener del Papa Clemente VII los permisos para construir la nueva Catedral. Para sujetar los libros corales y mostrarlos a los cantores se construyeron unos grandes atriles con cuatro caras, para poder colocar así cuatro libros, que se ubicaban en el centro del coro.