Boris Johnson debe demostrar que el Brexit era la panacea

El “premier” se estrena en unos comicios generales en la cita con las urnas más relevante de Reino Unido

12 dic 2019 / 08:35 H.
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Boris Johnson (Nueva York, 1964) tiene una cita con el destino. Su estreno en unos comicios generales coincide con las elecciones más importantes afrontadas por Reino Unido en tiempos de paz, una trascendencia que deriva, precisamente, del proyecto que en febrero de 2016 había decidido auspiciar como el instrumento para alcanzar su ambición de toda una vida de mudarse a Downing Street: el Brexit. Muchos consideran que el peso en el referéndum de quien, por entonces, todavía no había concluido su segundo mandato como alcalde de Londres fue clave para propiciar el inesperado veredicto del 23 de junio. Por ello, el primer ministro tiene ahora la obligación moral de demostrar que, más allá de las soflamas de campaña, el divorcio es verdaderamente el acicate que la segunda potencia europea necesitaba para desplegar todo su potencial.

Independientemente de qué pase, Alexander Boris de Pfeffel Johnson, Al, para su familia, tiene garantizada una referencia en los manuales de Historia, algo que difícilmente incomodará a quien de niño aspiraba a ser “rey del mundo”. Tan pronto como descubrió que lo más parecido era ser primer ministro británico, fijó la puerta del Número 10 como destino final de un viaje en el que cada decisión ha supuesto el preludio para seguir los pasos de su ídolo político, Winston Churchill.

Su carrera comenzó, no obstante, en el periodismo, donde se labró una proyección que, en un futuro, resultaría crucial. Su currículum vital, como el de tantos otros nombres destacados del Partido Conservador, incluye las dos instituciones nucleares de las altas esferas británicas: Eton y Oxford. Fue en el exclusivo internado donde el joven Johnson comenzaría a evidenciar, según sus profesores, los rasgos de personalidad que definirían su persona pública: carismático, excéntrico y con un enraizado sentido de que las normas no se aplicaban necesariamente a él. Ya en la universidad, en la que coincidió, entre otros, con David Cameron, dejó patente que la ortodoxia no era para él. Se licenció en Estudios Clásicos. Sus primeros pasos profesionales fueron en el periódico “The Times”, continuando en el “Daily Telegraph”, cabecera conservadora y profundamente euroescéptica, que lo mandó a Bruselas como corresponsal.

Entre tanto, tampoco descuidaría el tejido político y, tras un intento fallido de acceder al Parlamento en 1997, finalmente lo consiguió en 2001 por uno de los asientos más seguros de los “tories”. Su meteórico ascenso quedaría confirmado con un nombramiento en el equipo del por entonces líder de la oposición, Michael Howard.

Oficialmente, tiene cuatro con su segunda mujer, de quien se separó en 2018 tras 25 años de supuestas infidelidades. La rumorología le atribuye uno o dos más y dos terminaciones de embarazo voluntarias, aunque hoy en día comparte Downing Street con una ex jefa de Comunicaciones del Partido Conservador.

Pese a sus extravagancias y cuestionable verborrea, fue responsable de la reputada diplomacia británica durante dos años, una responsabilidad que le otorgaría Theresa May, apenas dos semanas después de haber truncado su inicial asalto al liderazgo, que decidió abortar tras la entrada en la contienda de otro gran peso pesado de “Vote Leave”, Michael Gove.

Quien sufriría la traición de Johnson sería la, hasta julio, primera ministra, tras su dimisión como titular de Exteriores en julio de 2018, por lo que describió como su incapacidad de aceptar la propuesta de Brexit planteada por May. Su marcha parece parte de una calculada maniobra que incluiría rechazar hasta dos veces el acuerdo de divorcio en el Parlamento, para ampararlo a la tercera, tras el compromiso de la mandataria de abandonar la residencia oficial si los diputados aprobaban el plan.

La ironía del destino quiso que, una vez en el Número 10, sufriese la misma dolencia que había provocado la caída de su sucesora.

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