Zombis urbanos

Caminar por las calles de la ciudad o el pueblo donde vivimos se ha convertido en un deporte de riesgo para aquellos que todavía conservan la costumbre de estar atentos para cumplir con las más mínimas reglas de urbanidad, entre otras, la de mirar para no darse de frente con los demás viandantes.

    29 may 2015 / 10:42 H.


    En los últimos tiempos, deambulan por doquier y, al parecer, con un rumbo de colisión prefijado de manera automática, legiones de personas de cualquier edad, sexo y condición armados con su única conexión vital, el cordón umbilical que transmite la droga que les convierte en sombras huidizas, ese artefacto omnipresente que es el teléfono móvil, el cual llevan, los menos en la mano y la mayoría de ellos pegado a la oreja o a modo de espejo en el que fijan la vista mientras teclean como posesos. Estos modernos zombis no son capaces de vivir si no están conectados, hablando muchas veces de sus cosas íntimas a voz en grito y sin ningún pudor ante los demás, que tienen que escuchar sin perder la compostura aquello que no les interesa, en principio, pero que a veces acaba siendo de lo más regocijante, chateando en grupo, y sin hablar entre ellos porque de frente no tienen nada que decirse o no son capaces de expresarse o, jugando a ese jueguecito que está diseñado para no tener fin.
    Lo único que les importa es usar el móvil para sentirse vivos y así poder seguir el hilo de esa madeja inextricable de relaciones en la distancia que les conduce a no saber qué hacer sin el impulso de la señal que avisa de un nuevo mensaje al que de inmediato han de responder. Caminan por la calle sin importarles nada, absortos en su mundo virtual, conduciéndose por impulsos sin que les importe lo más mínimo tropezar con cualquiera que pase a su alrededor y no logre esquivarles a tiempo, estamparse con un ciclista o en el peor de los casos ser atropellados por un coche en mitad de la calle. A veces cuesta mucho imaginar cómo era la vida antes de los móviles, cómo se las componían los mortales para acordarse de que habían quedado tal día y a tal hora sin necesidad de hacer llamadas una y otra vez para confirmarlo y sobre todo cómo eran los días en los que se conversaba entre amigos y familia.