Zapatero y "Las mil y una noches"
Aun a riesgo de no tocar otros temas trascendentes como las fotografías del Príncipe Felipe, las de Ibra-Piqué o la sesuda polémica sobre el nacimiento del Río Guadalquivir, volvemos a escribir de crisis. Personaje principal del que todos estamos saturados, pero del que no nos podemos desprender porque está en el aire como el tufo de una colonia baratuna.
Sostienen los expertos, que haberlos haylos, que no existe comparación entre los parámetros económicos griegos y este país, antes llamado España. Dada por buena la diferencia, el consuelo de que ellos estaban y están peor no tranquiliza a nadie. Máxime si se toma como referencia esta alocada semana bursátil donde un rumor o unos datos mal introducidos en el sistema pueden derrumbar bolsas de aquí y de allá. Un contagio para el que no hay vacuna inútil como la de la gripe A. Para un profano en materia económica, que no pasó del Samuelson, la bolsa es como el puesto de trileros de Atocha, donde hay cuatro conchabados que ganan siempre y un pardillo, que eres tú, que cree saber dónde está la pelotita. A la receta de la tragedia griega, aquí sumamos el ingrediente del suspense español, dónde la parálisis gubernamental ante la crisis alarga la tensión del que, tarde o temprano, se sabe apuñalado. Corre el riesgo Zapatero de pasarle como al criado del mercader de aquel cuento de “Las mil y una noches” que, al encontrarse con la Muerte en el mercado, pidió el caballo más veloz para escapar y llegar por la noche a Ispahán, sin saber que la Muerte se extrañó de verlo en Bagdad porque su cita era de noche en Ispahán. Zapatero parece que quisiera poner tierra de por medio para que la crisis no le obligue a tomar drásticas medidas, pero, al final ella irá, irremediablemente, a su encuentro y al nuestro. La triste moraleja del cuento sería tener que lamentarse el doble por el tiempo perdido.
En días de Feria de Libros, recomiendo la muy cuidada edición de "Las Mil y una noches", de Alcalá Grupo Editorial, con ilustraciones de Miguel Carini y prólogo de Santiago Roncagiolo. A quien pueda interesar.