Ya no quiero ser una chica Almodóvar
Por Nuria López Priego
'Yo quiero ser una chica Almodóvar, como Bibi, como Miguel Bosé. Pasar de todo y no pasar de moda, bailar contigo el último cuplé'. A comienzos de los noventa, el más crápula de todos los cantautores españoles, Joaquín Sabina, puso letra a un deseo quizá excéntrico por aquellos días, pero que se generalizó a partir de que el manchego obtuviera su primer Oscar de la Academia hollywoodiense por la magistral Todo sobre mi madre (1999).

'Yo quiero ser una chica Almodóvar, como Bibi, como Miguel Bosé. Pasar de todo y no pasar de moda, bailar contigo el último cuplé'. A comienzos de los noventa, el más crápula de todos los cantautores españoles, Joaquín Sabina, puso letra a un deseo quizá excéntrico por aquellos días, pero que se generalizó a partir de que el manchego obtuviera su primer Oscar de la Academia hollywoodiense por la magistral Todo sobre mi madre (1999).
No era para menos. Superados los exabruptos y la paja mental que, en definitiva, fue Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), Almodóvar supo entrelazar frescura y un indiscutible gusto estético con personajes apasionantes, intensos y eternos. Construyó un imaginario de mujeres con carácter que, sin ser vírgenes —o sí—, ni beatas —o sí—, pero, sobre todo, tan pecadoras o más que la María de Magdala de la canción y de la Biblia, según se lee en templos y colegios, se grababan en la memoria colectiva por su fuerza desgarradora y por la inteligencia con la que el cineasta de Calzada de Calatrava entretejía las historias y los secretos más sórdidos con esperpénticas situaciones.
Memorables son la Carmen Maura, de Mujeres al borde de un ataque de nervios; la Marisa Paredes, de La flor de mi secreto; la Verónica Forqué, de Kika; la Elvira San Juan de la ya mencionada Todo sobre mi madre, o la Raimunda a la que encarnaba como nadie Penélope Cruz, en Volver. Mujeres rotundas, luchadoras y llenas de luces y de sombras que ejercían de poliedros en manos de un cineasta extremo, que se curtió a sí mismo en la loca y siempre cuestionable “Movida” madrileña.
Pero la “estrella” internacional se está oxidando. Su frescura pierde brillo en un trayecto que empezó con La mala educación (2004), continuó con Los abrazos rotos (2009) y La piel que habito (2011) y estalla irremisiblemente en Los amantes pasajeros. Una película de título pretencioso y contenido rabiosamente empobrecedor, más apta para la basura que para entretener a humildes espectadores. La última cinta del creador de Tacones lejanos (1991) es un esperpento rocambolesco y retorcido de personajes excesiva e incordiosamente planos, que pretenden hacer gracia a partir de la vulgaridad más radical y vomitiva. Una pretendida comedia que da ganas de llorar y hasta de abrirse las venas. Es un descalabro mayúsculo que, ni siquiera en su aspiración a crítica mordaz de la corrupción política y social española, logra enganchar y conectar con el espectador. Es un fraude que desaprovecha al plantel de actores que son capaces de bajar su caché o de, incluso, renunciar a él por trabajar con el manchego. Una estafa en la que lo único salvable es el numerito “hiper-mega-gay-guay” que se marcan Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces con el “I’m so excited” como telón de fondo. Y, lamentablemente, para disfrutar de él, basta con ver los anuncios. Así que “¡no, ya no quiero ser una chica Almodóvar!”.
Los amantes pasajeros
España - Año: 2013 - Director: Pedro Almodóvar
Protagonistas: Javier Cámara, Raúl Arévalo, Carlos Areces, Cecilia Roth, Blanca Suárez, Lola Dueñas