¡Y Pablo Iglesias sin dimitir!
Si la indignidad tuviera nombre sería el del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Los misioneros y monjas infectados en África ayudando a los enfermos de ébola son mártires, santos; la enfermera que se presentó voluntaria para ayudar en la curación de uno de ellos y acabó infectada, en cambio, es una criminal.
Curioso, ¿no? Y todo para intentar tapar la incompetencia, la precipitación y la falta de previsión con que se produjo la repatriación del cura y la monja. Y lo peor: asoman la patita por debajo de la puerta las consecuencias de la privatización y recorte de medios en la sanidad pública en esa comunidad. Si la impiedad tuviera nombre sería el de algunos medios de comunicación. Llegaron a dar por muerta a Teresa Romero. Incluso inventaron su autopsia, en pleno alarde de profesionalidad. Carroñeros se queda corto. Los consejeros de Caja Madrid se limpiaban en los cortinones al tiempo que la entidad dirigida por ellos desahuciaba, expoliaba, robaba con mil productos tóxicos a todo quisque. Si la desvergüenza tuviera nombre, valdría el de cualquiera de ellos, “preferentemente” el de sus presidentes, que llegaron a cargar, en sus negras tarjetas, hasta gastos de un euro. Además, cutres. Si a un país le cupiese el nombre de esperpento, sin duda sería a España: los únicos condenados en los casos Gürtel y Bankia son los jueces que iniciaron los procedimientos, el único procesado por el accidente del Ave en Angrois es el maquinista, el único procesado por el hundimiento del Prestige ha sido su capitán; líderes sindicales, patronales políticos, religiosos, ¿seguimos?, llenan a diario las portadas de los periódicos con un nuevo escándalo, otro penoso relato. Si Larra levantase la cabeza apenas tendría que retocar sus artículos y lo que es peor, ni siquiera Quevedo, enterrado hace casi cuatrocientos años, sus sonetos. Mientras, la jaca de Podemos –aires de pasodoble-, galopa y corta el viento, ante tanto desacierto, caminito del poder. Y todavía hay quien se pregunta por qué. Lo que solo era un experimento surgido en el laboratorio de Políticas de la Complutense puede ser, para algunos, más letal que el ébola.