Wert y el descrédito
El sistema de partidos pasa por ser el que más se aproxima a la esencia de una democracia. Sin ellos resulta imposible una convivencia plural, organizada libre y pacíficamente. A partir de esta base, lo cierto es que a todas y cada una de nuestras formaciones las define no solo un proyecto ideológico, articulado en cada programa.
También las perfila, de cara a la ciudadanía, aquello que incumplen: renuncias visibles, contradicciones evidentes, incongruencias de bulto, mentiras escandalosas, etcétera, lo que explica su creciente descrédito en las encuestas. Treinta y seis años de democracia avalan este análisis. El PSOE renunció a su trayectoria histórica, con el copernicano giro felipista en favor de la OTAN. El PCE de Carrillo ayudó a conquistar la democracia, mientras mantenía tintes estalinistas en el funcionamiento del partido. La UCD se descompuso “apuñalando” a su líder, en una conspiración de ecos y ambiciones shakespereanas. Los nacionalismos catalán y vasco se amansaban nada más ver sobre la mesa las sustanciosas prebendas económicas negociadas y entregadas por Suárez, González, Aznar y Zapatero. El partido de Rosa Díez se retrata cada vez que abre la boca boba Toni Cantó. Debería regresar al teatro, ganaría la política. Pero quien vence por goleada en esta lid, como la Roja a los simpáticos tahitianos, es el PP. Ante el asombro de buena parte de sus votantes, de los más jóvenes, que apoyaron hace año y medio un cambio en la Moncloa, tras el espectacular harakiri del socialismo moderado. Quienes ahora andan entre los 20 y los 30 años se hacen cruces. ¿Esto era el PP? ¿Para esto les votamos? ¿Estos son los que nos iban a dar trabajo? Ya el desencanto cobró forma en la ministra Báñez: Que nuestros jóvenes se vayan a “conocer mundo” tiene su puntito de aventura, no dramaticemos, vino a decir. Y el acabóse llega con Wert, un cocktail de reaccionarismo y torpeza política inigualables. El ministro del 6’5 supone un peligro público para las aspiraciones universitarias de la mitad de nuestros jóvenes. El Opus se frota las manos, la jerarquía eclesiástica le bendice, pero muchos votantes del PP se avergüenzan de él. Y de quien le mantiene en el puesto.
Francisco Zaragoza