Vivir no es sobrevivir
Cantidad de veces, al finalizar un fin de semana, un puente, cuando hecha un gurruño en el sofá, miro y, a veces, escucho la televisión, llego a la misma desazón. ¿Qué pueden pensar/sentir esos millones de desempleados al ver una vez y otra las enormes colas de coches que colapsan las entradas a Madrid,
el gran número de vuelos que registra Barajas, la total ocupación hotelera de la costa levantina el último fin de semana radiante? No creo que el sentimiento mayoritario sea de pobreza, ni de rabia. La palabra es exclusión. Un vocablo postindustrial.
En las sociedades feudales, burguesas, industriales, siempre hubo pobres, en la sociedad de consumidores actual, hay excluidos. Esta palabra no solo tiene o, mejor aun, casi no tiene matiz económico. Cuando todo lo que te rodea, incluyendo la forma de vida, se construye en torno a la elección de lo que se consume, no consumir es no existir. Te vuelves invisible, no cuentas, no formas parte de nada. Creo que, incluso cuando oye hablar de reforma laboral, de nuevas oportunidades de empleo, el excluido vislumbra melancólicamente que eso ya no es para él, que socialmente ya no existe. Su vida es desechable, precaria, en una palabra, superflua. El mundo camina mucho mejor sin estorbos como él.Y yo, que me caracterizo por descubrir la pólvora en la época de los misiles, por imitar a Perogrullo y sus verdades, llego a una conclusión lapidaria: vivir no es sobrevivir.
Manuel Espigares es periodista