Vivir en el amor

Concepción Agustino Rueda desde Jaén. Algunas veces he ido a residencias de ancianos para visitar a alguna persona conocida, y en una ocasión quedé impresionada por una residente, bastante mayor, que había sobrevivido a sus hijos y, que ahora, anciana y enferma, se encontraba allí. No la conocía, y tras una breve conversación,

    18 nov 2013 / 11:34 H.

    estrechó mis manos fuertemente, y con lágrimas en los ojos, me dijo: “Que Dios se lo pague”. Yo sólo le había dejado hablar; no tuve que decir nada, sólo la miré a los ojos y me interesé por ella; tan solo le ofrecí un rato de compañía y unas palabras de ánimo y consuelo, algo que está al alcance de cualquiera. Salí de la residencia satisfecha y gratificada, por algún tiempo había sido útil a alguien. Tuve aún más claro aquello que todos necesitamos: Amor. ¡Cuánto bien podemos hacer a los enfermos y mayores!. En nuestra sociedad deshumanizada, hacen falta corazones abiertos, manos extendidas, miradas compasivas, oídos atentos, palabras de esperanza: Generosidad, entrega. Algo que necesitan y piden los enfermos y ancianos creyentes es el recibir la Comunión; la intimidad  con Jesús, en quien confían y esperan plenamente. Nos decía Benedicto XVI que “además de los indispensables cuidados clínicos, hay que ofrecer a los enfermos, gestos concretos de amor, de cercanía y de solidaridad , para salir al encuentro de su necesidad de comprensión, de consuelo y de constante ánimo”: “Cuando el sufrimiento y las molestias se vuelvan más fuertes, les decía, pensad que Cristo os está asociando a su cruz, porque quiere decir, a través de vosotros, una palabra de amor a cuantos han perdido el camino de la vida y, encerrados en su propio vacío egoísmo, viven en la lejanía de Dios”. Ofrezcamos esperanza, fuerza y serenidad a todos aquellos que padecen enfermedad y dolor. Como me dijo aquella mujer, en la residencia, Dios nos lo pagará; yo añado, y con creces.