Vivir en diferido

Aquí seguimos, no nos queda otra y vamos hacia delante con extrañas argucias que permitan que continuemos con esta «sensación de vivir». Poco tiene que ver esto, sin embargo, con la vida, en la capacidad de transformación que posee el ser humano. Los procesos de homologación cultural arrasan con cualquier atisbo de conciencia creativa individual, y la ruptura con los vínculos sociales nos ha llevado a una tierra de nadie exenta de responsabilidades. La macroeconomía manda, pero al ciudadano de a pie qué le importan los índices de no sé qué, o la Bolsa, cada vez más preocupado por ir a pie y por sentirse menos ciudadano y con menos derechos. El mundo del simulacro gobierna nuestros destinos a través de los medios de comunicación. Los valores desaparecieron. Cada quien piensa salvarse asegurándose unas cuantas latas de cerveza en el frigorífico. Encerrados en nuestro rinconcito de gloria, nos ufanamos por nada, vacíos de sentido, regodeándonos en nuestras miserias. El límite se nos impone: la hora confusa, la situación sin referentes. Y para colmo de males esto es Jaén, con nuestros índices de precariedad, con la Iglesia y el conservadurismo arraigado hasta los tuétanos, con la ignorancia de un pueblo acallado durante siglos. Al igual que algunos ministros y alcaldes de otras ciudades españolas, todos del Partido Popular, que piden intercesión a vírgenes y santos para aliviar el paro, a nuestro alcalde devoto habría que preguntarle si la Divina Providencia nos deparará algo mejor.

    19 mar 2014 / 23:00 H.