VIRGINIA BORREGO FERNÁNDEZ: "La noche es más compleja para trabajar que el día"
María Dolores García Márquez
Virginia vive en Jaén con sus dos hijos, Antonio de 9 años y Lucía de 6, y con su mascota Babel, una preciosa Buldog inglés que estira de la ropa para evitar sentarse directamente en el suelo frío. De mayor quería ser veterinaria, tener una pequeña casa en el campo, de una sola planta, con mucho terreno y muchos animales. Pero su vida ha sido otra. Ha trabajado de comercial, en telemarketing, de azafata y en la hostelería, hasta que un día hizo el curso de vigilante de seguridad y, una vez superadas las pruebas teóricas y físicas, se puso a trabajar. Le gusta cuidarse por dentro y por fuera y va a diario a un gimnasio para mantenerse en forma.

Virginia vive en Jaén con sus dos hijos, Antonio de 9 años y Lucía de 6, y con su mascota Babel, una preciosa Buldog inglés que estira de la ropa para evitar sentarse directamente en el suelo frío. De mayor quería ser veterinaria, tener una pequeña casa en el campo, de una sola planta, con mucho terreno y muchos animales. Pero su vida ha sido otra. Ha trabajado de comercial, en telemarketing, de azafata y en la hostelería, hasta que un día hizo el curso de vigilante de seguridad y, una vez superadas las pruebas teóricas y físicas, se puso a trabajar. Le gusta cuidarse por dentro y por fuera y va a diario a un gimnasio para mantenerse en forma.
—¿Su formación como guardia de seguridad le ha hecho sentirse más segura?
—No, más bien ha sido mi propia vida, desde los 9 años. Las experiencias vividas son las que te hacen aprender y perder miedos, te van forjando una personalidad capaz de afrontar cualquier situación desde la madurez y la responsabilidad.
—¿Qué recuerda de su niñez?
—He borrado muchas cosas, pero hay una que conservo con simpatía y es la cantidad de cambios de colegio que tuve. Primero viví en Úbeda, luego en Jaén y, tras la separación de mis padres, mi madre, mis dos hermanos y yo volvimos a Úbeda. Creo que por ello tengo gran capacidad de integración, de adaptación en cualquier grupo.
—¿Y las amigas?
—Unas van y otras vienen; conocidas muchas, pero amigas… De esto me di cuenta muy tarde. Me considero una buena persona, acepto a todo el mundo tal cual es y siempre había pensado que “todo el mundo era bueno”, hasta que tuve problemas serios, como mi divorcio.
—Cuando descubrió que “no todo el mundo es bueno”, ¿qué sintió?
—Sentí que o me espabilaba o me comían. Tenía que abrir los ojos. Todo esto me sucedió de una forma especial a partir de empezar a trabajar en la noche.
—¿Cómo es que tomó la decisión de comenzar a trabajar como camarera?
—Cuando mi matrimonio acabó, tuve que empezar de cero, sin dinero, sin casa y sin nada. Mi sueldo de guardia de seguridad no me daba para cubrir todos los gastos fijos, por lo que tenía que buscar otro trabajo que fuera compatible con este en horario y en días. Por mi edad, creía que no iba a dar el perfil de camarera, porque normalmente son chicas más jovencitas, pero como físicamente me mantengo bien, al final me aceptaron. Hasta que no me quite deudas no podré dejarlo.
—¿Qué muestra la noche que no muestre el día?
—La gente por el día vivimos la vida de una forma más mecánica, más seria y formal y la noche es el momento de relajarse.
—¿Cree que la noche oculta, protege?
—Sí, quizá la luz tenue, la música, invita a decir y a hacer cosas que normalmente no se hacen a otras horas; como contar problemas o cosas íntimas. Son momentos delicados, de mucho respeto a la intimidad del cliente, por ello lo que veo y oigo estando detrás de la barra jamás lo he contado. Y me ha pasado de todo, gente que me ha llorado, que me ha contado sus historias, gente que viene a tomarse una copa después de cerrar sus negocios. La noche es muy variopinta, es más que alcohol, sexo, ligoteo y coqueteo. Es mucho más que todo eso.
—Hoy va vestida de forma especial.
—Sí, no es frecuente, pero a veces en el pub se celebran fiestas como en esta ocasión, por eso nos tenemos que disfrazar todos.
—¿Cambia el perfil de los clientes conforme avanza la noche?
—Sí, y también según los días. Hay diferencia de entre semana al jueves, viernes y sábado. Por ejemplo, entre semana, sobre las 10 de la noche, suele venir gente de 40 a 50 años en plan tranquilo. Se toman un par de copas después del trabajo o incluso después de cenar, y se van sin más. En el fin de semana vienen más jóvenes, de 18 a treinta y pocos años, llegan ya “puestos” del botellón, consumen poco y se van a la discoteca, porque van haciendo la ruta. Normalmente, es a partir de la una o las dos de la madrugada cuando empieza a venir gente mayor a tomar copas. Los hay que las toman sin alterarse y otros que los ves evolucionar, desinhibiéndose cada vez más. Mientras pones copas, estás al tanto de lo que va sucediendo a tu alrededor, cómo se van abriendo los tímidos, cómo empieza a surgir el romance entre una pareja o cuando una conversación va subiendo de tono.
—Permítame preguntarle por un tópico: ¿se liga mucho detrás de una barra?
—Las camareras nos dedicamos a vender copas, nada más. Quien piense que quienes estamos al otro lado de la barra somos gente de cañón está muy equivocado. Es un tópico lejano de la realidad, que hace daño, y que nos pone en situaciones difíciles de manejar.
—En su opinión, ¿de dónde viene esa creencia?
—Creo que hay clientes que confunden la simpatía, la amabilidad, la indumentaria atractiva, estas estrategias de márketing utilizadas para que se sientan cómodos y consuman más copas, con que les estemos seduciendo. Desgraciadamente, esta sociedad por muy moderna que se crea, sigue siendo muy machista y piensa que una chica detrás de la barra está para que “le diga lo que yo quiera”, “le proponga lo que yo desee”, “tiene que estar ahí para mí”, y “tengo todo el derecho de decirle las borderías que quiera” y encima, si te sienta mal, te preguntan que “qué estás haciendo detrás de la barra”.
—¿Cómo maneja estas situaciones?
—Con seriedad, manteniendo la distancia y poniendo al cliente en su sitio. En pocas ocasiones he tenido que pedir ayuda a compañeros. Pero cuando te tropiezas con ese cliente que confunde una sonrisa con una invitación, sufres, porque se vuelve agresivo y te insulta, te hace daño. La noche trae problemas de este tipo. Tienes que ser fuerte y superar todo esto o dejar el trabajo.
—¿Qué opina del botellón?
—No entiendo qué es lo que ha cambiado en tan poco tiempo y menos con la información que hay sobre las consecuencias del consumo. Yo nunca he probado las drogas, ni siquiera fumo, con todo lo que he leído ni se me ocurriría, le tengo pánico. No sé como, con la información que hay, los jóvenes se atreven a probarlo. Como tampoco entiendo que crean que si no beben, no se divierten y necesitan hacerlo para ser más simpáticos y mejores. Ver cómo llegan a las siete de la mañana es una pena, se están destrozando. Casi todos fuman, casi todos beben, casi todos tienen relaciones sexuales súper jóvenes, no entiendo qué está pasando.
—¿Cree difícil decir no a las drogas?
—Qué va, yo lo he hecho. Es un sinsentido que los chicos consuman para integrarse en el grupo; pero demuestran que caen los que no tienen personalidad, ni capacidad de decisión, los más inmaduros. En ese campo, yo prefiero ser la más “sosa”, porque decido yo.