Viejo año nuevo

Las perspectivas para el año entrante no se presentan con la frescura de lo novedoso, el horizonte sigue con brumas y nuestras desconfianzas permanecen vigentes. Así que me van a disculpar la crudeza, pero me he impuesto como penitencia, y por lo que pueda pasar, procurar evitar el desear feliz año nuevo a nadie que gravite en este mundo rotatorio. La experiencia demuestra que no bastan los deseos desnudos y atolondrados para alcanzar la codiciada ambrosía; el anhelo, aún impelido por una esforzada voluntad no nos redime de quebrantos y asechanzas, cualquier viento enajenado puede esquilmar la cosecha de un año, cualquier demonio errabundo, advenedizo o esquinado tiene la fétida potestad de coagular nuestras perentorias alegrías, algún beso traidor puede mordernos los labios que modulaban palabras inocentes.

    08 ene 2013 / 18:53 H.

    Todos empezamos a añejarnos desde que nos ponen de patitas en esta vida, no obstante, ante estas palpables derrotas siempre cabe la emoción de respirarnos, encontrar los paisajes amables de un corazón encendido, buscar entre los escombros el silencio rutilante de los pequeños paraísos. No quisiera enquistarme en la ética corrosiva del aguafiestas, pero no me conmueven los mensaje papales, ni los reales, ni los especiales de fin de año, por inanes, por metódicos, porque aparentan lamentos encorsetados, porque no fecundan inquietudes, por triviales, porque están hechos para ser escuchados por quién no tiene que oírlos. Me reconozco escéptico ante los propósitos de enmienda y las promesas de paz, concordias, acuerdos, pactos, alianzas y cumbre con que mercadean los quincalleros y buhoneros de la política mundial en las bajuras de cada año. Nunca olvidemos que a todos los muertos de una guerra alguien les deseo alguna vez feliz año nuevo, quizás los mismos que pudieran haberla evitado.  No olvidemos a las criaturas de la 'vida invisible”: parados, inmigrantes, toxicómanos, indigentes, prostitutas, etc., porque con nuestro cinismo podemos dilatarle la herida si los afrentamos con la consabida fórmula del próspero año nuevo. Detesto la mansedumbre de los  ángeles bobos que lloran almíbares, como reniego de los profetas apocalípticos, y de algunos imbéciles de cultura pendenciera que pueblan los primeros días de cada año.
      En fin, concluyendo esta ácida perorata me sorprendo en una sonrisa autocompasiva, he pecado con el mismo pecado contra el que predico: banalidad manifiesta en vanidoso discurso, en consecuencia solo me queda desearle otro feliz año nuevo, pero eso si, sin pasarse.

    Juan del Carmen Expósito