Vidrios rotos
Entre el otoño me acuerdo de aquello que decía Jorge Luis Borges: 'El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados pues los actos de los hombres no merecen tanto', mi primer recuerdo está en Filipinas, la catástrofe del tifón que ha provocado la calamidad más absoluta, trae a escena en cada telediario y recorte de prensa: hambre, terror y desesperación que entre todos debemos paliar con nuestra ayuda;
la humanidad que a veces se asienta, como ahora en Filipinas en el infierno sin notificación previa, otras veces roza el abismo de manera consentida y sangrienta, nos convertimos en jueces y notarios de la vida de los demás, damos fe de nuestra mezquindad como hace setenta y cinco años ocurrió la noche de los cristales rotos, vidrios de escaparates por el suelo no por un viento furioso sino por la furia del hombre contra el hombre; la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 fue el anticipo de la novela negra más negra de la humanidad, el concepto de infierno en sí mismo se transformó en horror y deportaciones hacia campos de concentración donde la vida valía menos de cero bajo cero. Desde el infierno de la vida misma al paraíso desproporcionado de la felicidad en términos absolutos, el hombre transita por la vida calle arriba, calle abajo deteniéndose en escaparates más o menos vistosos e instantes en los que a veces aprobamos con matrícula de honor y otras nos quedamos con asignaturas pendientes que aprobamos en septiembre o nunca, entre ellas la solidaridad y respeto a la vida de los demás.
Maestra Carmen Montes