VICKY PÉREZ BONOSO. "Espero que mis alumnos me respeten y confíen en mí"

Inmaculada Espinilla
Sabe muy bien lo que es tener que trabajar, estudiar y sacar adelante su casa a la vez. María Victoria Eugenia Pérez Bonoso, Vicky para los más allegados, es el vivo ejemplo de una mujer valiente que tiene que esforzarse para conseguir que sus sueños se hagan realidad. No es una princesa de cuento de hadas, pero sí que conserva la ilusión de que lo que traiga el futuro será mejor. Acaba de terminar Magisterio y prepara las oposiciones. 

    12 dic 2010 / 11:49 H.

    —¿Qué tipo de maestra cree que será?
    —Me gustaría que los alumnos me respetasen y que supieran cuando estoy en serio y cuando es una broma, pero, al mismo tiempo, espero ganarme su confianza para que sepan que pueden contarme sus problemas y sus inquietudes.
    —¿Cuándo supo que quería dedicarse a la enseñanza?
    —Al principio, empecé a estudiar Filología y, de pronto, me di cuenta de que yo lo que quería era enseñar Inglés a los alumnos de Primaria. Me gusta tratar con niños de esa edad y enseñarles cosas. No sólo como una salida profesional, sino también en mi vida cotidiana. Son muy agradecidos. Tenía muchas asignaturas aprobadas, pero veía que por ese camino no podía seguir.
    —¿Fue entonces cuando decidió el cambio?
    —Exactamente. No me costó nada decidirlo. Lo sentí como si fuera un rayo de luz y de esperanza en mi vida. En Filología estaba estancada, no me veía toda la vida con esos estudios. Estaba saturada y bloqueada y quise salir. Además, había asignaturas que me convalidaban y era más fácil.
    —No hubo miedo.
    —En absoluto. En Magisterio, me sentí como si encontrara mi sitio. Fue como un soplo de aire fresco. Había materias, como Matemáticas o Conocimiento del Medio, que me parecían más dinámicas. Si hubiera continuado en Filología, habría opositado para  Enseñanza Secundaria y todo hubiera sido muy distinto. Los niños no tienen tanto respeto por los maestros.
    —¿Qué siente ahora, que está a punto de empezar a trabajar cuando escucha a docentes decir que no se lucha por la calidad de la enseñanza o que esta no es tan satisfactoria como debiera?
    —No es que la calidad de la enseñanza sea mala. Los profesionales son muy buenos y están preparados para desempeñar su trabajo. Lo que ocurre es que hay una bola muy grande. Se han perdido los valores antiguos. Es imposible enseñar a un niño que no siente respeto por su profesor. Los conceptos de disciplina y autoridad han desaparecido. El tradicional papel profesor-alumno ha cambiado. Con la Ley Orgánica de Educación se pretendía que los alumnos fuesen más independientes y que aprendiesen por sí mismos, pero no fue así. Pienso que el sistema educativo cojea. Hay poco presupuesto y, al mismo tiempo, se quieren hacer muchas cosas.
    —Además, usted se decantó por la enseñanza de idiomas, algo que siempre ha sido el caballo de batalla en el sistema.
    —Lo tenía muy claro desde el principio. Siendo alumna, ya me interesaba el Inglés. En España estamos a la cola en esa materia, pero ya se trabaja para paliar la situación. La sociedad es muy impaciente. Hemos empezado tarde, pero los resultados llegarán. Además, las nuevas tecnologías son un fuerte apoyo. Todos los centros educativos deberían ser bilingües.
    —Aunque sólo sea para que una persona se pueda defender en otro idioma.
    —Cuando estudiaba Filología, estuve de Erasmus en Aalborg, Dinamarca. Un día, con un amigo, cuando íbamos a buscar un paquete, nos perdimos. Se nos acercó una niña danesa de seis o siete años y nos hablaba en inglés. Esto te hace reflexionar.
    —¿Cómo fue la experiencia en el extranjero? ¿La recomendaría?
    —Por supuesto. Es como si se produjese en la mente un bombardeo de ideas. Yo conocí a mucha gente y, con algunos, todavía tengo relación. Ves cosas diferentes, aprendes a desenvolverte en otra cultura, con otro idioma. Es una experiencia única. Aalborg era una ciudad universitaria, con un tamaño parecido al de Jaén. Allí se vive para trabajar y, los fines de semana, se sale un rato. A las cinco de la tarde ya está casi todo cerrado.  Lo que menos me gustó fue la comida. Como digo yo, tenía muchos “hierbajos”.
    —Otra de sus grandes aficiones, junto al dibujo, es cantar.
    —Sí, empecé a cantar de pequeña y lo hacía de una forma inconsciente. Yo cantaba como cualquier otro niño. En el colegio había un coro y me apunté. Me  lo pasaba bien con las actividades extraescolares. Tiempo después, en el piso de estudiantes de unas amigas, cuando nos juntábamos, empezábamos a tocar la guitarra y a cantar. Cuando venía gente nos decían que tocáramos. Una noche nos regañaron los vecinos. Después, en un pub, a una amiga le preguntaron que si sabía de alguien que cantase bien. Me propuso sin contármelo. Quedamos un día y el chico me dijo: “Te vienes con nosotros”.
    —¿Y qué pasó después?
    —Entré en el grupo Inbred. Éramos dos cantantes. Las canciones ya las tenían. Fue mi primera experiencia y me encantó. Disfruté mucho e hice buenos amigos. Hacíamos rock-metal.
    —¿Cómo fue el primer concierto?
    —Me acuerdo que yo estaba en el Iroquay. Tenía muchos nervios. A mí no me imponía tener a gente delante, sino poder desafinar durante la actuación. Menos mal que tenía bastante apoyo. Me lo pasé muy bien en ese concierto. Luego, nos cambiamos de nombre y empezamos a tocar como Audrey.
    —¿Y qué tal?
    —Era distinto. Allí nos metimos más en el estilo indie, rock, pop. Con Audrey, llegamos a tocar en el Lagarto Rock, en Jaén, y en Barcelona, entre otros. Ganamos el concurso “Fiestas demoscópicas”, de Mondo Sonoro, y grabamos varias maquetas. Con ese grupo trabajamos muy en serio, pero también lo dejamos.
    —Y, ahora, ¿qué?
    —Tenemos un proyecto nuevo, pero estamos empezando. Contamos con un local para ensayar y ya se verá. Aún no sabemos qué estilo de música vamos a hacer. Lo que sí está claro  es que será algo más distendido, para desahogarnos y evadirnos.
    —¿Cómo se ve en el futuro?
    —Me veo como profesora y como cantante. Me gustaría poder compaginar las dos cosas. También me veo como madre, amiga y con mi familia. En Jaén.
    —¿No es de las que piensan que Jaén es una ciudad “demasiado pequeña”?
    —Para mí está muy bien. Ofrece mucha calidad de vida. Es un lugar tranquilo, pero, al mismo tiempo, tiene de todo. Eso sí, antes de establecerme de forma definitiva, me gustaría viajar y conocer otros sitios. Si te quedas toda la vida sin salir, te puedes agobiar. Yo, si no saco las oposiciones, voy a echar una beca como auxiliar de conversación para irme a Inglaterra.