Veranos de aupa
Rozando la lonja de la iglesia de la Santísima Trinidad de Úbeda, se desarrolla y crece un coquetón jardín de naranjos y rosales con un monolito en el centro (“A Alfredo Cazabán, su pueblo y sus amigos”) de piedra y bronce. Y pese a esta estación en que estamos, aún dos rosas, una color rojo y otra amarilla, desafían al sol de verano que les da sin piedad.
Según el escritor Juan Pasquau, en verano hay en muchos hogares violentos brotes contestatarios que suelen terminar en reyertas. Mas en verano, si bien pródigo en cereales, fruta y vacaciones, no por ello deja de vérsenos el ceño de uva pasa. Y disfrutamos de la generosidad de los mosquitos que nos punzan la epidermis a pesar de su aviso previo fonológico. Nos encontramos cansados porque la noche ha sido de calor sofocante y el ventilador no ha dado abasto. Sudamos por las axilas, la entrepierna, los pies que luego apestan y el cogote nos riega la espalda. Por lo que está visto, que el verano es una época de fuera la ropa y viva la carne viva. Eso sí, para que los males sean menos, tenemos la bebida refrescante aunque después nos espere un guiso de patatas y caldo. En París, dice una revista que acompaña los domingos a Diario JAEN, por el calor han subido los disgustos familiares y han pasado a un nivel que preocupa a las autoridades y al clero; tomándose medidas para atajar estos sofocos que acaban a tortazo limpio y en divorcio, y todo por culpa de una temperatura de infierno. Un caso curioso, por ejemplo, y de esto hace ya una década o más, en Huelva, Protección Civil llamó la atención a un individuo totalmente desaseado y sucio de arena. Al principio, los proteccionistas creyeron que se trataba de un “objetor de conciencia” no de acuerdo con el agua y eso que, según una vecina presente, la tenía casi al final de su casa. Una vivienda de pescadores muy cerca del mar y una fuente de dos caños de agua fresca detrás. Pero no era eso. Ni se trataba de un hombre con pereza en lavarse, ni era un menesteroso comido por la suciedad. Es que, dijo a la autoridad, a pesar del calor de este verano, terminaba de poner decente su barco limpiándose el sudor y la arena adherida, en la camisa y en los pantalones porque un “morcilla” (quiso decir, un chorizo) le había lañado los trapos y el detergente. De todas formas, coincidimos y estamos de acuerdo en las mismas cosas que arrastra el verano. Una de ellas es que ya podemos ver el uniforme de verano de las fuerzas armadas, de la Policía Nacional y de la Local, y el verde de la Guardia Civil es transpirable. El color blanco hace unos días que le abría el arca a la ropa de invierno y la juventud se desnuda en las fuentes para refrescarse. Demos por bueno pues, que el verano es también una estación que nos apremia al pañuelo y a las sandalias; y que sabemos aguantarlo porque estamos hechos de resistente arcilla.
Ramón Quesada es escritor