Vencedores y vencidos
Dice el refrán que después de la tormenta viene la calma. Sin embargo, se pronostica una tranquilidad pasajera, apenas la necesaria para reponer fuerzas después de una noche de locura y euforia, para algunos, y de profunda tristeza y desencanto para otros. Las elecciones celebradas el domingo suponen un antes y un después en la historia política de la capital. Ni los analistas esperaban un batacazo tan aplastante para los socialistas y, mucho menos, una victoria tan clara para los populares. Las caras de unos y otros hablaban por si solas en una madrugada de luces y sombras y en un inoportuno pleno celebrado al día siguiente.

José Enrique Fernández de Moya celebró su triunfo en el Hotel Infanta Cristina, donde no cabía ni un alfiler. Al filo de las once de la noche, era imposible acceder al elegido con acierto Salón Victoria, donde los aplausos y los vítores hacia el nuevo alcalde ensordecían. Prometió no saludar a los congregados hasta que no estuviera el cien por cien del escrutinio y así lo hizo. El número dos de su candidatura, Miguel Ángel García Anguita, se convirtió en el maestro de ceremonias en un escenario en el que volvió a repetir aquello de “le hemos dado una japuana”, un coloquial término que ya empleó en el mitin de La Alameda. Entre empujones, abrazos y mucho sudor llegó un exultante Fernández de Moya con una sonrisa impropia de un hombre con un talante extremadamente serio. Al grito de “¡alcalde!” se dirigió a sus seguidores para dar las gracias y pedirles tranquilidad. Antes de salir para recibir a los medios de comunicación, tuvo la oportunidad de coger a su hijo en brazos para inmortalizar un momento único. En la improvisada sala de prensa esperaba la candidatura y los que se quedaron fuera de ella. Hubo que buscar a Katy Venteo, la número 16, quien claro queda que no se esperaba ni por asomo convertirse en concejal. También estaba el alcalde que, hasta ahora, había sido el más votado de la historia, Alfonso Sánchez Herrera, pero nada se supo de Miguel Sánchez de Alcázar. El virtual dirigente municipal habló de los resultados electorales, de la ilusión de trabajar por los jiennenses y de la necesidad de reconducir una ciudad perdida. Y, tras la frialdad de los datos, se encomendó a Dios y al cielo, “donde está mi madre desde hace veinte años”, dijo. Un emotivo discurso que puso a todos la piel de gallina. Lloró hasta el apuntador, pero él ni se inmutó.
En el otro extremo de la ciudad, la Casa del Pueblo del PSOE era un valle de lágrimas contenidas. Nadie quería digerir lo que se presagiaba cuando el escrutinio apenas rozaba el cuarenta por cierto y hubo que esperar al cien por cien para asumir lo inasumible: una derrota, para ellos, injusta. La alcaldesa, Carmen Peñalver, hizo de tripas corazón y con la fuerza y la entereza que la caracterizan se dirigió a los suyos y a los medios de comunicación con un discurso que gustó. Y todo se acabó. Para nada sirvieron las históricas inversiones que recibió la ciudad en los últimos cuatro años o el empeño por modernizar la capital con la instalación de un sistema tranviario. La crisis pesó como una losa y fue decisiva para el votante a la hora de elegir a su alcalde.
En la sede que Izquierda Unida tiene en la Avenida de Granada, Isabel Mateos, quien estuvo al habla toda la noche con Carmen Peñalver, no ocultaba su desilusión. En voz alta habló de “injusticia” y del miedo que tienen los jiennenses a que la situación vaya a peor. Sucedió lo que ocurre en cualquier batalla, que siempre hay vencedores y vencidos.