Veintitrés años de teatro
Veintitrés años del programa “Acércate al Teatro.” Es hermoso propiciar que tantísimos grupos de chicas y chicos se impliquen en un trabajo en equipo y practiquen la comunicación escénica en este mundo tan virtual. 23 años de esfuerzo, acercando a miles de jóvenes a la escena.
Unos han querido subirse arriba, a las tablas, para probar el brillo de los focos, para ponerse el traje y los zapatos de otro y ver el mundo a través de las gafas de un personaje, para sentir el aliento del público sobre su nuca, para tocar con el gesto y la voz a los que callan en lo oscuro. Otros, en cambio, han elegido la butaca como territorio, y se han dejado arrullar por la palabra y la acción, se han trasladado a otros tiempos, sin levantarse del sitio, y se han reído de sí mismos reflejados en los “actores-espejo”. Veintitrés años. Muchos sueños. Y esta semana, al lado de un montón de jóvenes, hemos vuelto al Teatro Darymelia, con los bolsillos llenos de historias. Y en esa piscina de luces y sombras, hemos vencido el miedo a hundirnos en las simas de la inhibición, y moviéndonos con el impulso de nuestros gestos, de nuestra voz, hemos permitido fluir a la creatividad en el escenario, para salpicar a los que vienen a vernos, los sentimientos, las emociones que habíamos esbozado, durante todos los meses de ensayos.
Porque es hermoso vestirnos de otros, vivir distintas situaciones, diferentes perspectivas, otras vidas, que nos hacen tal vez, entender mejor a los demás, nos permiten ser más tolerantes y comprensivos, tratando de recrear la vida, para entenderla mejor.
Pero, sobre todo, el objetivo es divertirse y hacer que los demás se diviertan, que ese es el principal fin de todo este tinglado de la antigua farsa, que se renueva cada año para que doscientos jóvenes encima de un escenario y más de un millar en la oscuridad de la sala descubran que el viejo arte del teatro es algo alegre, vivo y divertido y se suban al carro de los comediantes que en el futuro les llevará a otros destinos, a otros tinglados, a otras vidas.
Unos han querido subirse arriba, a las tablas, para probar el brillo de los focos, para ponerse el traje y los zapatos de otro y ver el mundo a través de las gafas de un personaje, para sentir el aliento del público sobre su nuca, para tocar con el gesto y la voz a los que callan en lo oscuro. Otros, en cambio, han elegido la butaca como territorio, y se han dejado arrullar por la palabra y la acción, se han trasladado a otros tiempos, sin levantarse del sitio, y se han reído de sí mismos reflejados en los “actores-espejo”. Veintitrés años. Muchos sueños. Y esta semana, al lado de un montón de jóvenes, hemos vuelto al Teatro Darymelia, con los bolsillos llenos de historias. Y en esa piscina de luces y sombras, hemos vencido el miedo a hundirnos en las simas de la inhibición, y moviéndonos con el impulso de nuestros gestos, de nuestra voz, hemos permitido fluir a la creatividad en el escenario, para salpicar a los que vienen a vernos, los sentimientos, las emociones que habíamos esbozado, durante todos los meses de ensayos.
Porque es hermoso vestirnos de otros, vivir distintas situaciones, diferentes perspectivas, otras vidas, que nos hacen tal vez, entender mejor a los demás, nos permiten ser más tolerantes y comprensivos, tratando de recrear la vida, para entenderla mejor.
Pero, sobre todo, el objetivo es divertirse y hacer que los demás se diviertan, que ese es el principal fin de todo este tinglado de la antigua farsa, que se renueva cada año para que doscientos jóvenes encima de un escenario y más de un millar en la oscuridad de la sala descubran que el viejo arte del teatro es algo alegre, vivo y divertido y se suban al carro de los comediantes que en el futuro les llevará a otros destinos, a otros tinglados, a otras vidas.