Uno de los nuestros

Cuando fue destituido Alfonso López Simarro, en febrero de 2011, la junta directiva buscaba un nuevo concepto futbolístico y un técnico joven que creara comunión con la afición. No tuvo que andar mucho. Lo tenía en el banquillo de Linarejos. Antonio José García, “Torres”, llegó al club sin hacer ruido. Acababa de colgar las botas en el Mengíbar, cansado de lesiones y de dar tumbos por el mundo. Quería volver a casa. Le propusieron ayudar en la reconstrucción del Linares, tras desaparición del anterior equipo por los problemas económicos. Torres aceptó con los ojos cerrados. Para él, era la manera de resarcirse de no haber podido jugar como profesional en el club en el que echó los dientes.

23 oct 2015 / 11:42 H.


De pequeño acudía al estadio de la mano de su tío para ver jugar su padre, Enrique García Torres, toda una leyenda del linarensismo. Fue en la grada de Linarejos donde comprendió lo que significa el equipo para la ciudad. Era la época dorada de Linares. Las minas seguían extrayendo plomo, los motores del Land Rover Santana rugían por todo el mundo, la Estación Linares-Baeza era el principal nudo ferroviario de Andalucía y la fábrica Azucareras endulzaba la vida de los españoles. Torres entró en la cantera azulilla con la ilusión de vivir tardes mágicas en el viejo campo de la Avenida Primera de Mayo, como lo hacía su progenitor. Su fútbol explotó en un mal momento para el club. El equipo malvivía en la Regional Preferente y su evolución como jugador era mucho más rápida que los éxitos del Linares, así que decidió emprender su carrera en solitario, pero siempre con un pellizco en el corazón.
En la pasada promoción de ascenso a Segunda B, un aficionado llevaba una camiseta en la que se podía leer: “Uno di noi”, con el rostro de Torres estampado en la tela. Era el reconocimiento a un hombre que había hecho realidad su sueño. El próximo domingo, ante el Betis B, cumplirá doscientos partidos oficiales al frente de la plantilla azulilla. Debutó el 21 de febrero de 2011, en un partido contra Los Villares, que acabó con empate a uno. A partir de ese momento, su crecimiento como técnico ha sido espectacular, con la culminación del regreso a la División de Bronce. “Ha sido el día más importante de mi vida deportiva. Nunca podrá olvidar lo vivido sobre el césped de Castalia”, asegura. Comandar un banquillo como el de Linarejos desgasta mucho. Esto se refleja en el cambio físico experimentado por Torres. “Estoy más delgado y tengo arrugas y canas. Ahora sé lo que sufren los políticos (risas)”, bromea el técnico. Ya más serio reconoce: “Las exigencias de un club con tanta historia y con tanta masa social son máximas. Aquí no solo vale ganar, sino hacerlo con buen fútbol. Uno no se doctora como entrenador hasta que no cruza el túnel de vestuarios de Linarejos”, señala.
Torres no vive su mejor momento. La racha de empates y las críticas de cierto sector del público han enrarecido el ambiente en torno al equipo. “Es lo duro de este deporte. La victoria es de los jugadores y la derrota es del entrenador. He aprendido a vivir con la soledad del entrenador, a soportar la crítica y aceptar la derrota”, reflexiona, al tiempo que destaca el apoyo de la familia. “Es mi motor y el pilar de mi vida”, declara.