Una visita inesperada

Trataba yo al atardecer de escribir este artículo, disperso entre mis pensamientos, con la mano izquierda apoyada en la mejilla y en la habitual pose melancólica, cuando vino la musa a visitarme. Pensaba que las musas sólo existen en las historias románticas, y me sorprendió. Vagaba —se deslizaba— como llevada por unas ruedecillas invisibles debajo de su túnica sagrada.
Entonces, me dictó estas palabras, que pude transcribir, convulso en mi médium-estado trascendente: “No busques fuera lo que sólo puedes encontrar dentro. Si eres honesto contigo mismo, tal vez descubras el verdadero precio que se paga por buscar en el lugar equivocado”. “Buscar en un lugar equivocado”, repetí, sabiendo que nos obsesionamos tanto por la meta que olvidamos disfrutar el camino que nos conduce hasta ella. Continuó: “No podemos escapar de la inseguridad. El reto consiste en aceptarla y confiar en nosotros mismos. Todo depende de lo que te propongas. La herida sólo te dolerá en virtud de lo que tú permitas que te duela”. Recuerdo haber tomado nota de todo porque conservo los apuntes.
La musa comenzó a masajearme los pies y estaba tranquilo disfrutando, embelesado por su presencia. De repente, cuando menos lo esperaba, descubrió su rostro, y contemplé estupefacto sus verdaderos rasgos desconfiados e indolencia. Sus dudas y contradicciones. Su desesperación y falsedad. No sabría bien describirlo, pero se transformó inesperadamente en la más profunda decepción. Sus ojos desencajados, su graciosa aura convertida en inestabilidad.
Antes de darme cuenta, me clavó una daga afiladísima por la espalda y me sumí en una especie de “Maelström” de angustia, sin posibilidad de salir, recordando el cuento de Edgar Allan Poe. “¿No querías musa? ¡Pues toma musa!” Soltó una carcajada sórdida.
Como en los sueños, inmediatamente me levanté y huí hacia una caída sin red, cuando nadie te ampara. Luego me desperté y pensé: “Hay que vigilarse continuamente”. Me refería a mí mismo. Estaba agradecido de que todo hubiera sido una pesadilla, y de estar solo. Aunque en mi pluma hubiera restos de sangre.

    25 jun 2015 / 16:05 H.