Una sociedad sin vínculos
Difícil pensar hoy día que para que me vaya mejor a mí tiene que ir mejor al conjunto de la sociedad. Ante cualquier dilema o disyuntiva, se alza la voz del egoísmo más absurdo para hacernos creer que es imposible mejorar, que no hay nada que hacer ante un ser humano corrupto hasta la médula.
Nuestra condición como sinónimo de falsedad: orgullo, intolerancia, incomunicación... Pero hay una alternativa, un modo distinto de hacer las cosas. La endeblez del sistema que vivimos se basa en la creencia de una sociedad sin vínculos, un espejismo a todas luces que desestructurará las escasas infraestructuras que nos unen: el reparto de la riqueza a través de los impuestos, es decir pensiones, educación y sanidad de calidad para sostener un bienestar común.
Nuestra condición como sinónimo de falsedad: orgullo, intolerancia, incomunicación... Pero hay una alternativa, un modo distinto de hacer las cosas. La endeblez del sistema que vivimos se basa en la creencia de una sociedad sin vínculos, un espejismo a todas luces que desestructurará las escasas infraestructuras que nos unen: el reparto de la riqueza a través de los impuestos, es decir pensiones, educación y sanidad de calidad para sostener un bienestar común.
¿Es incompatible un giro humano con nuestra sociedad actual? Como en Stalker (La Zona) (1979), de Andrei Tarkovsky, el sujeto contemporáneo de la sociedad posindustrial se mueve en un escenario interior vacío, desprovisto de identidad, deshabitado, cargado de soledad y abismos. Gran película que explica el paisaje contemporáneo de nuestra desolación.
Ahora bien, no debemos olvidar que esta situación no es eterna, ni natural, ni este es el signo para relacionarnos. De hecho cambiará, y habría que poner ya el punto de mira en otra actitud y aspiraciones que comiencen por la educación y la formación de unos valores cívicos contrarios a la misantropía que vivimos.
Esta tierra por la que la industrialización pasó de largo quizá tenga algunas claves para remar en esa dirección, la respuesta a una manera de entenderse y saber hacer. No es que aquí todo sea idílico, pero en las sociedades rurales hay una forma de vivir y comportarse más cerca de la naturaleza, más apegada a la raíz del hombre, menos fragmentada y basada en la tolerancia. Contentarse con poco no significa dejar de luchar por la prosperidad, sino saber apreciar lo que se tiene, y eso es algo que solo se cumple con el día a día de una tierra que aún cree en la felicidad.