Una sociedad de náufragos

Desde Jaén Concepción Agustino Rueda. Hace unos días, esperando el autobús, escuché a unas personas ya mayores, que hablaban entre sí; una de ellas decía: 'La vida es un desengaño. Tanto luchar; tanto trabajar ¿para qué? Un día te mueres, y ¿de qué ha servido todo'.

    27 nov 2013 / 15:50 H.

    Otra mujer alegó: “Mi hijo no encuentra trabajo, a pesar de que ha echado infinidad de currículum. Voy a ver a una vidente, quizá pueda decirme algo”.  Yo opino que es esta sociedad nuestra, una sociedad de náufragos, en que vivimos, muchas veces, perdidos, sin rumbo fijo. Que sin una meta definida, no hay camino claro.Como creyente, considero que es posible que una parte del malestar, del agobio, de la violencia, de la desesperanza que nos afecta, procede del hecho de no tener en nuestra vida la referencia  de un Bien absoluto. Del olvido de Dios. Es la rebelión de nuestra humanidad, que se ve privada de sus raíces y de su horizonte.
    El hombre es un “ser religioso” por naturaleza, y malvive sin la existencia de un Ser superior hacia el que dirigir su vida y sus inquietudes. Su necesidad de felicidad y trascendencia se ve rota, sin expectativas, en este mar de incertidumbre.Quizá sea el del hombre de nuestro tiempo, un grito desgarrador de nuestra hambre de Dios, que también nos habla en los signos de los tiempos; en este sentido, entiendo que podemos aprender mucho de los no creyentes. Abramos nuestro corazón y nuestra mente a la esperanza que no defrauda. A una existencia prometida, que trasciende este mundo, y hacia la que se dirigen, inexorablemente, nuestros pasos vacilantes, sedientos de amor, de justicia y de paz.