Una piedra en el camino
Dentro de unos días llegaré a la edad reglamentaria de jubilación. Hace cincuenta largos años compaginaba estudios con mi primer trabajo de aprendiz en un comercio y desde entonces, y salvo un leve periodo dedicado a la enseñanza, abracé el mundo de la pequeña empresa no sin el dolor que me produjo por entonces el haber encauzado mi vida laboral en un mundo absolutamente contrario a mi vocación.
Debería estar feliz por haber llegado a este momento jubiloso pero la tenaza de la crisis sufrida por mi sector en los últimos años me deja con la espalda cimbrada, el bolsillo exhausto y el cansancio y la desazón pegados a mi sombra. La condición de autónomo en tiempos de vacas flacas es una forma de heroicidad poco comprendida. Intentar mantener vivo aquello que se creó con esfuerzo, no enviar al paro a quienes te ayudaron en la aventura y mantener la esperanza de que la tormenta está próxima a diluirse es una forma como cualquier otra de autoengaño. Y como si el final hubiera de ser apoteósico faltaba una última traca que disolviera por el aire la pólvora húmeda del desencanto. Un fuerte dolor en el costado me llevará en los próximos días a quitar del camino una inoportuna piedra alojada donde las bilis de la pena contenida derraman su hiel. Leo en internet que esos dolores tienen además de causas físicas orígenes psíquicos asociados a estrés, periodos de desajustes, sufrimientos sobrevenidos por causas externas y a la postre una conclusión de que la enfermedad es la consecuencia de un estado interior en constante zozobra. Así pues de momento gozoso nada de nada. Será un simple trámite que tiene el lado amable de recoger cada mes el diezmo acumulado durante años para poder sobrevivir. Y más tiempo libre para emplear en leer lo que se fué empolvando en los estantes, escribir lo que la memoria te guardó en el desván de los recuerdos y asistir con ojo menos distraído al devenir de unos acontecimientos que por nubosos no dejaran que las preocupaciones se alejen del todo. A veces me pregunto si llegado a este punto merece la pena atiborrarse de periódicos diarios, escuchar tertulias de radio, presenciar debates televisivos, conocer noticias de escándalos financieros, de millonarias jubilaciones de banqueros, de ver encumbrados a otras poltronas a políticos despilfarradores y fracasados, de comprobar que no hay colas en las tiendas y sin embargo se alargan cada día a las puertas de las oficinas de empleo, de asistir al derrumbe moral de una sociedad enferma que está firmando lentamente su acta de defunción. Ante este panorama los gramos de sosiego que pueden proporcionar el haber llegado al final de la vida laboral se convierten en una fiesta menor. Quedan demasiadas piedras en nuestro camino y no es hora de jugar con los ojos vendados a salvar obstáculos.
Julio Pulido es empresario