09 feb 2010 / 09:52 H.
La comunidad internacional se encuentra en máxima tensión por la postura unilateral que ha adoptado Irán en su imparable carrera nuclear, una posición que si bien no es nueva ni sorprendente, sí es cierto que se ha radicalizado en las últimas semanas. La gota que colma el vaso ahora es el anuncio oficial de que se van a levantar diez centrales en el plazo de un año para poder contar con su propio uranio enriquecido. Se trata realmente de una vuelta de tuerca más en el pulso que sostiene el régimen de los ayatolá con algunas de las potencias más influyentes del planeta. No en vano, países como Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido acusan a Teherán de camuflar bajo un supuesto proyecto atómico civil, una iniciativa mucho menos inocente, como son aplicaciones bélicas para adquirir un arsenal nuclear. Desde luego, Irán lo rechaza y subraya que se trata de producción de combustible para un reactor civil. La vía del diálogo está abierta sobre el papel, pero en la práctica es muy complicado. Llegados a este punto sin retorno, se reclama a la ONU que aplique sanciones más severas sobre el régimen iraní, después de que ya a finales del pasado año rechazara la propuesta de enviar su uranio al exterior y recuperarlo después ya enriquecido. No hay que perder vista en este clima de tensión y equilibrios de fuerza a punto de romperse, que China cree que las palabras del mandatario iraní son una puerta abierta a una solución dialogada, mientras que Moscú se encuentra entre la espada y la pared, por un lado sus lazos con Occidente y, por otro, los intereses que conserva con un país con el que históricamente se ha relacionado. La solución no es sencilla cuando los pasos deben medirse al milímetro, pero es evidente que la vía diplomática y del diálogo tienen que agotarse hasta el extremo. Esa debe ser la prioridad para asegurar un futuro en paz y en libertad.