Una misión de paz en el extranjero vuelve a teñirse de luto
De nuevo, una misión de paz pone de luto a familias de militares españoles. Dos guardias civiles españoles han sido asesinados a tiros en una base situada en la provincia afgana de Badghis, cuando impartían una clase de formación a policías afganos y uno de ellos abrió fuego con un fusil de asalto.
Los agentes y un traductor nacionalizado también español fallecieron a causa de los disparos. Aunque en un primer momento se apuntó que el agresor era el chofer desde hace cinco meses de uno de los fallecidos, al final se ha comprobado que no tenía relación con miembros de la misión española. Después del tiroteo se vivieron momentos de especial tensión porque grupos de afganos intentaron tomar las instalaciones, probablemente, para hacerse con el cadáver del asesino, pero los propios agentes de policía afganos, encargos de proteger las instalaciones, pudieron repeler a los asaltantes.
Aunque desde el Ministerio del Interior aún no se puede precisar si detrás de los asesinatos están grupos talibanes, sí se ha calificado como un atentado terrorista premeditado, porque el agresor sabía a la perfección lo que estaba haciendo. Ahora hay tres familias de Coruña, Albacete y Zaragoza que lloran la pérdida de sus seres queridos y, aunque al participar en este tipo de misiones hay que asumir que conlleva sus riesgos, siempre es un trance muy doloroso. El atentado abre la puerta a plantearse el sistema de seguridad y poner sobre la mesa si es posible extremar aún más las medidas en este sentido para garantizar la vida de los soldados desplazados en el extranjero. En este caso, hay que sumar el agravante de que no se trata de un atentado perpetrado fuera de la base, sino que el individuo que disparó era un infiltrado, una persona, en teoría, de confianza de los militares. Algo ha fallado en la seguridad y en esa línea habrá que depurar responsabilidades.