Una mente privilegiada
Hay cientos de historias en el deporte asociadas a la superación, pero la de Francisco González es digna de ser contada. Sufre parálisis cerebral desde pequeño, algo que, por otro lado, no le ha impedido desarrollarse como persona. Lejos de compadecerse, canalizó toda su energía en demostrar al mundo que con esfuerzo, constancia y tesón cualquier meta es posible. Él lo hizo dedicándose en cuerpo y alma a sus estudios —es licenciado en Psicología— y al deporte. En concreto, al ajedrez, con el que ha logrado superar situaciones complicadas en sus 41 años de vida.

La relación de Francisco González con el tablero es “muy especial”. Para él, es el paradigma de cómo debería ser la sociedad, porque el ajedrez “premia lo esencial de la persona: talento, creatividad, trabajo, superación, voluntad de vencer… Nadie gana una partida por ser más guapo o más alto, iguala las posibilidades. En este deporte, no sobrevive la mentira”, remata. Este sabioteño lleno de vida añade: “La sensación de pisar una sala de juego y sentir que no solo ya no soy minusválido, sino que a menudo estoy entre los favoritos, no tiene precio”.
Sin embargo, ese ejemplo superación, a veces, choca frontalmente con la realidad. Francisco González, con su sonrisa perenne, reconoce que su carrera como jugador tiene los días contados, debido a la falta de apoyos para poder competir al más alto nivel. “Son muy pocos los torneos que puedo jugar debido a la ausencia de becas, ya que, para mí, lo más difícil es tener la oportunidad de jugar el torneo, una vez sentado ante el tablero me doy por satisfecho”. En este sentido, lamenta: “No entiendo que no haya ayudas para jugadores con diversidad funcional, más aún si tenemos en cuenta que el ajedrez es un deporte ideal para nosotros. Queda mucho por hacer”, lamenta.
Francisco González afirma que lo que necesita el mundo del ajedrez es discriminación positiva, como sucede en la Universidad. “Es posible estudiar una carrera sin pagar por ello siempre que apruebes todo en primera convocatoria. Mis aspiraciones no son diferentes a las de cualquier otra persona, no existen sueños discapacitados y sueños normales”, destaca.
Ese espíritu inconformista lo traslada a las clases de la Escuela de Ajedrez de Sabiote, en la que es monitor y en la que enseña a muchos niños del pueblo a desenvolverse en el tablero, pero también en la vida, sin limitaciones, ni barreras. “Es muy gratificante comprobar cómo los niños asumen la diversidad funcional con naturalidad, para ellos soy su amigo, su maestro. Comprueban cada día como a pesar de las dificultades, pueden alcanzar sus sueños”, concluye.