Una lucha por las injusticias en el ámbito sociolaboral. Bendita locura
Lo confieso, algunas personas piensan que estoy loca, entendiendo por locura la realización de un acto extraño que causa sorpresa y que se aleja de lo que convencionalmente entendemos por normal. A lo largo de mi dilatada carrera profesional, en el ámbito sociolaboral he vivido muchas situaciones que olían mal y que he intentado sanear con tesón y actitud de cambio e inconformismo, lo que me ha supuesto alguna que otra cana más en el intento.
Me dijeron que estaba loca cuando hace años, en unas jornadas sindicales en las que intervenía como ponente, dije que se estaban malversando los fondos destinados a cursos de formación por parte de muchas de las entidades colaboradoras. ¿Cómo me atrevía a decir eso? Me dijeron y recriminaron. El tiempo me dio la razón.
No mucho después, en el Ayuntamiento de un pueblo cercano a la capital y tras quedar como número uno en un duro proceso de selección en el que pretendían ponerme delante a una enchufada, me dijo su alcalde: “Está usted loca si pretende quedarse, porque hay un periodo de prueba de dos meses, y tenga por seguro que no vamos a permitir que lo supere”. Al respecto tengo que decir que son incontables los casos de personas a las que he atendido en las que se repite esta forma de actuar, prevaleciendo el clientelismo frente la ley y la valía profesional de las personas candidatas.
He visto despedir a chicas por quedarse embarazadas, a las que he acompañado a los juzgados para exigir su derecho a trabajar; morir a personas en accidente laboral sin estar dadas de alta en la Seguridad Social, dejando a mujer e hijos a los que he tenido que tramitar ayudas para sobrevivir, y trabajadores sometidos a explotación laboral que cuando exigían sus derechos se les respondía siempre con la denigrante frase: “Eso es lo que hay, y si no, ahí está la puerta”; y a esos los he asesorado para que no pisoteen su dignidad.
Yo también vivo la injusticia en mis propias carnes, ya que estoy pasando por una situación extraña, nada habitual. Estoy percibiendo mi salario sin trabajar, sin poder sentarme en la silla de mi despacho, ¡Menudo chollo!, dirán algunas personas. Lo cierto es que lo que pudiera parecer una situación cómoda e idílica, para mí es una pesadilla de la que no acabo de despertar porque supone un ataque directo a mis derechos fundamentales. Pues sí, los responsables de la Universidad para la que he estado trabajando durante más de una década, me llamaron loca cuando solicité mi derecho a ser indefinida porque mi contrato estaba en fraude de ley. Me lo volvieron a llamar cuando después de despedirme denuncié que mi despido era nulo. Cuando la Justicia me dio la razón y me tenían que incorporar a mi puesto de trabajo, me vi envuelta en una vorágine de recursos, de documentos judiciales que hacen que los autos de mi caso casi lleguen al techo del juzgado. Todo por no querer acatar un mandamiento judicial y por una cabezonería de una institución que presume de responsabilidad social, y que forma en su Facultad de Derecho a futuros juristas. Y aquí sigo, ya les dije, viviendo el chollo de mi vida, cobrar sin trabajar.
Mientras los responsables de la universidad miran para otro lado, la gente me para por la calle y me pregunta cómo va lo mío. Siguen mi caso a través de este noble diario desde el que les hablo, que siempre ha demostrado su implicación en las causas justas. Concretamente, hace unos días al salir de un supermercado un hombre que estaba pidiendo en la puerta se acercó a mí y me dijo: “Señora la conozco por el Diario JAÉN. ¿Cómo va lo suyo? Es una injusticia. Le deseo mucha suerte”. Les confieso además, que la palabra rendición está tachada en mi diccionario y que me trae al pairo que me llamen loca cuando, día a día, enarbolo la bandera de la justicia social. Bendita locura.
Me dijeron que estaba loca cuando hace años, en unas jornadas sindicales en las que intervenía como ponente, dije que se estaban malversando los fondos destinados a cursos de formación por parte de muchas de las entidades colaboradoras. ¿Cómo me atrevía a decir eso? Me dijeron y recriminaron. El tiempo me dio la razón.
No mucho después, en el Ayuntamiento de un pueblo cercano a la capital y tras quedar como número uno en un duro proceso de selección en el que pretendían ponerme delante a una enchufada, me dijo su alcalde: “Está usted loca si pretende quedarse, porque hay un periodo de prueba de dos meses, y tenga por seguro que no vamos a permitir que lo supere”. Al respecto tengo que decir que son incontables los casos de personas a las que he atendido en las que se repite esta forma de actuar, prevaleciendo el clientelismo frente la ley y la valía profesional de las personas candidatas.
He visto despedir a chicas por quedarse embarazadas, a las que he acompañado a los juzgados para exigir su derecho a trabajar; morir a personas en accidente laboral sin estar dadas de alta en la Seguridad Social, dejando a mujer e hijos a los que he tenido que tramitar ayudas para sobrevivir, y trabajadores sometidos a explotación laboral que cuando exigían sus derechos se les respondía siempre con la denigrante frase: “Eso es lo que hay, y si no, ahí está la puerta”; y a esos los he asesorado para que no pisoteen su dignidad.
Yo también vivo la injusticia en mis propias carnes, ya que estoy pasando por una situación extraña, nada habitual. Estoy percibiendo mi salario sin trabajar, sin poder sentarme en la silla de mi despacho, ¡Menudo chollo!, dirán algunas personas. Lo cierto es que lo que pudiera parecer una situación cómoda e idílica, para mí es una pesadilla de la que no acabo de despertar porque supone un ataque directo a mis derechos fundamentales. Pues sí, los responsables de la Universidad para la que he estado trabajando durante más de una década, me llamaron loca cuando solicité mi derecho a ser indefinida porque mi contrato estaba en fraude de ley. Me lo volvieron a llamar cuando después de despedirme denuncié que mi despido era nulo. Cuando la Justicia me dio la razón y me tenían que incorporar a mi puesto de trabajo, me vi envuelta en una vorágine de recursos, de documentos judiciales que hacen que los autos de mi caso casi lleguen al techo del juzgado. Todo por no querer acatar un mandamiento judicial y por una cabezonería de una institución que presume de responsabilidad social, y que forma en su Facultad de Derecho a futuros juristas. Y aquí sigo, ya les dije, viviendo el chollo de mi vida, cobrar sin trabajar.
Mientras los responsables de la universidad miran para otro lado, la gente me para por la calle y me pregunta cómo va lo mío. Siguen mi caso a través de este noble diario desde el que les hablo, que siempre ha demostrado su implicación en las causas justas. Concretamente, hace unos días al salir de un supermercado un hombre que estaba pidiendo en la puerta se acercó a mí y me dijo: “Señora la conozco por el Diario JAÉN. ¿Cómo va lo suyo? Es una injusticia. Le deseo mucha suerte”. Les confieso además, que la palabra rendición está tachada en mi diccionario y que me trae al pairo que me llamen loca cuando, día a día, enarbolo la bandera de la justicia social. Bendita locura.