Una década no basta para olvidar la tragedia aérea que sacudió Baeza

La aeronave que pilotó por última vez el capitán José Francisco Cabezas Torres, un CASA 101, tiene una velocidad máxima de 770 kilómetros por hora. Con un cálculo rápido queda claro que, el 2 de septiembre de 2005, tardó treinta minutos, quizás menos, en salvar los 232 kilómetros que, en línea recta, separan la que fue su base, en el municipio murciano de San Javier, de Baeza, donde había nacido 34 años antes. El caza de entrenamiento —como los que utiliza la Patrulla Águila del Ejército del Aire— se estrelló a las 12:24 en el tejado del número 11 de la calle San Ildefonso. Resultado: él y una madre y su bebé fallecidas al instante.

04 nov 2015 / 10:35 H.


“Me acuerdo perfectamente; iba con el coche, de regreso del supermercado, y vi cómo salía humo. Pensé: o es mi casa (el número 13 de la calle San Ildefonso) o la Escuela de Artes y Oficios (a 300 metros)”, traga saliva, mira de frente con unos ojos acuosos y, finalmente, recuerda Carmen Gallego Cruz. Ese viernes aciago de hace una década acertó al triangular la posición del accidente, aunque fuera a ojo. Fue a toda velocidad hacia su vivienda y se encontró con el caos, no tenía ni idea de lo que había podido suceder. Casi enloquece en aquellos primeros minutos y no fue la única. “¿El peor recuerdo de ese día?: La sensación de perder un hijo”, reconoce tras unos instantes eternos en los que se lo piensa. No se le fue al otro mundo. Pudo ver de nuevo a la mayor de sus dos descendientes, y también a sus padres, que, por entonces, compartían techo con el resto de su familia. “Me avisaba, decía, mamá, mamá, pero no la veía. Perdona, voy a coger un cigarrillo, los nervios...”, se excusa en el salón. Tardó dos años y papeleo en recuperarlo. La casa quedó destrozada; “entré y me encontré con el motor del avión”, ejemplifica y también deja claro que los suyos no se quemaron vivos por centímetros; el Ministerio de Defensa asumió la reconstrucción.
“Entiéndelo, prefiero no hablar de aquello”. La frase es del que fue vecino de Carmen, Luis Vega Jódar; aclara que ha rehecho su vida, pero que eso no significa, ni mucho menos, que haya olvidado lo que sucedió a las 12:24 de aquel 2 de septiembre. Enviudó, al morir su mujer Loren, de 30 años, y la primera hija del matrimonio, un bebé de meses, que hubiera cumplido ahora los 10. El impacto del aparato militar volatilizó su domicilio. Era normal la confusión de Carmen y de Luis, en los minutos inmediatos. Ni ella ni el resto sabían qué había pasado exactamente en la calle. Que un avión militar se había estrellado estaba claro y poco se tardó en descubrir quién iba a los mandos, pero era peor todavía. Los baezanos, estupefactos y asustados, comentaban que había muerto el segundo de los cuatro hijos de un matrimonio conocidísimo entre ellos; un brillante militar, “un top gun” del que presumía su padre y más gente. “Estaba en Málaga, en unos días de vacaciones, y me llamaron por teléfono. Me explicaron: ‘Se ha estrellado un avión en tu casa’. Les respondí que no era el Día de los Inocentes para gastar una broma y que, además, no tenía gracia”, rememora Francisco Moreno Galán, presidente de la peña flamenca de la ciudad Patrimonio de la Humanidad, exconcejal y de 81 años. “No tenía que haber pasado, eso es lo que puedo decir”, afirma, antes de relatar la “barbaridad” que descubrió al llegar a su casa, tras un viaje en carretera que se le hizo entorno. Y es que nadie trató de engañarlo, le dijeron exactamente lo que le había sucedido en el número 15 de la calle San Ildefonso, donde ya está reinstalado. “Comprendí lo que me habían contado por teléfono cuando lo vi. Si llego a estar allí, llevaría comiendo tierra años”, sostiene. Él guarda menos recuerdo de las dos fallecidas. Tenía, y tiene, más contacto con Carmen Gallego Cruz; viven puerta con puerta. Ella sí atesora una imagen muy viva de la niña; se la encontró el día de antes y le dijo a su madre que la criatura “iba muy bonica”. A la chiquilla la oía todos los días, si lloraba o si reía; el sonido se colaba por la medianería de su casa, el número 13, y el 11, la residencia de las dos fallecidas. Imaginaba la disposición del inmueble de Luis, Loren y la niña y tuvo la sangre fría para guiar a la legión de bomberos, militares, guardias civiles y policías que, durante días, participaron en las labores de búsqueda de las dos. Por eso recuerda haber hecho “amigos, a pesar de todo”, en aquellos momentos tan duros de los que nunca había hablado a un periodista.
Los seres queridos de José Francisco Cabezas Torres no quieren hacer muchos comentarios. “Es algo muy doloroso para nosotros y para otra familia de Baeza”, puntualiza una hermana del militar que recuerda, con rabia, cómo el ministro de Defensa de entonces, el socialista José Bono, prejuzgó al capitán del Ejército del Aire y dio por hecho que la desgracia era su culpa, sin contemplar la posibilidad del fallo mecánico. Su padre, recientemente fallecido, dedicó prácticamente sus última década de vida, a “reestablecer su honor”. “Hace poco, recibimos, por medio de un compañero, la noticia de que el Boletín Oficial de Defensa publicaba que la muerte (la de su hermano) había sido en acto de servicio”, aclara, con el deseo de que quede muy claro este extremo. En 2013, el Supremo ratificó el segundo archivo de la causa abierta contra el piloto, reactivada por la insistencia de su padre y su viuda, que alegaron que no podía ser juzgado sin defenderse de las acusaciones. El caso, finalmente, quedó sobreseído y se eliminó la frase que hacía referencia a la responsabilidad de Cabezas. Su hoja de servicios ya está inmaculada.
La indignación con Bono no es exclusiva del entorno del capitán; a Carmen Gallego Cruz también le sentó como un tiro que la barrera de guardaespaldas que le acompañaban en su visita a Baeza no le dejara hablar con él y, más aún, la cara con la que la miró, sin empatía alguna. “Dijeron que se había reunido con todos los afectados y no era cierto”, rememora. Su vecino Francisco apostilla: “Lo peor después de lo que ha ocurrido, de la desgracia y de las pérdidas, son las sinrazones que te encuentras”. Hasta que logró que se repusiera su casa, como antes de que ocurriera todo, pasaron los años y llegó 2013. “No me importa decirlo, llegué casi a perder los papales y aseguré en el Ayuntamiento que me daban ganas de coger un rifle para hacer que me entendieran”, confiesa. La burocracia y las pegas que se encontraron para tratar de subsanar una situación de la que eran víctimas, sin poder recobrar su casa perdida entre tanto, les hizo perder los nervios, ya tocados después de haber asistido a un horror del que prefieren no hablar con muchos detalles. “Me impresionó mucho ver que había ardido todo mi dormitorio, solo se quedó un rosario (imagen de la izquierda). Lo tengo siempre a mano”, dice Carmen.