Una conciencia romántica

La caridad se remonta a tiempos muy antiguos. Su tradición medieval la presenta como una práctica que recorre el pensamiento occidental heredero de las culturas mediterráneas, de las que se apropió el cristianismo, predicándola como la más grande de las tres virtudes teologales. En su adaptación al capitalismo se redujo a fechas señaladas como ahora la Navidad. Sin embargo, ya no se dice eso de “Ponga un pobre en su mesa”, como en la magnífica y ácida “Plácido” (1961), de Luis García Berlanga. Con el nacimiento de la modernidad y la contradicción que supuso el fin del sueño de la felicidad pública —la pesadilla de la posmodernidad— se instalaron en nuestra sociedad las conocidas ONG y voluntariados, versión laica de esa caridad, para sustituir su carácter sagrado, pero al fin y al cabo planteando medidas para paliar, aunque nunca suprimir, el problema en sí: la desigualdad, la injusticia social, la redistribución de la riqueza. Siempre para justificar este sistema, estos instrumentos de lavado de conciencia son negocios que mueven miles de millones, y nadie discute que luchen por un mundo mejor, pero lo cierto es que son mecanismos que perpetúan el poder establecido. Alguien podría decirme —a vueltas una vez más con el posibilismo— que es preferible que exista este tipo de instituciones a que no haya nada, quedándonos en la desprotección absoluta de la intemperie. No lo niego. Pero una conciencia romántica, que es radical —y radical viene de raíz— desde su propia concepción, no puede ni debe conformarse con parches, ya que se enfrenta al propio abismo del yo sin tener que dar explicaciones, sin deudas ni ataduras, con nuestro individualismo, sabiendo lo que significa estar solo ante el destino, sin fe ni esperanza, sin sueños de futuro. Cualquier vínculo colectivo debe asumirse desde el compromiso, el valor de la palabra y los hechos, la convicción. Eso de la “libertad” que vivimos tiene más que ver con la libertad de explotación que con cualquier otra engañifa rebelde. Pero aún la gente se lo cree. Lejos, muy lejos quedaron los días de la revolución.

    02 dic 2015 / 16:53 H.