Una calculadora y una lupa

Pienso bien de mi prójimo y soy confiada en lo que se refiere a las relaciones personales. Esto no tiene ningún mérito, pues estoy cada vez más convencida del peso que nuestra carga genética tiene en nuestra forma de ver la vida y en nuestro comportamiento. Por lo tanto el seguimiento que le hago a mi dinero cuando va a pasar de privado a público, o de mi bolsillo a otro, viene a ser por el mismo motivo, por la dichosa carga, pero paso de confiar a todo lo contrario. Antes de ir a comprar saco la ministra de economía que está adormilada entre compra y compra y procedo a estudiar las ofertas. Casi entro en éxtasis cuando veo el precio. No puede ser que tal y como está la economía, productos de calidad tengan un precio tan asequible. Uno de los números triplica el tamaño de los demás y está en negrita; como se suele decir, se te mete por los ojos. Los decimales son más pequeños, pero se siguen viendo bien. Permanezco durante segundos en el mismo estado, pero caigo en el detalle de que en la misma oferta existen distintas cantidades y entonces voy recobrando el conocimiento. Ese precio es válido si compro tres unidades, si solamente adquiero una se encarece bastante. Me intriga que los números disminuyan vertiginosamente hasta el punto de volverse casi invisibles, y ahí se esconde el misterio, el precio del kilo, el que te devuelve a la realidad. Un consejo: regalen una calculadora y una lupa con las ofertas.

Maestra

    24 abr 2014 / 22:00 H.